No aceptaremos la violencia
La respuesta al tiroteo en una escuela de la Florida está sacudiendo al establecimiento político. Alex Macmillan y Danny Katch analizan las raíces de la violencia.
LA NOTICIA de aún otro otro horrible tiroteo en una escuela pareció prometer más desesperación y luto, tanto por las 17 vidas perdidas en la secundaria Marjory Stoneman Douglas, como por la dirección de la sociedad estadounidense.
Pero en cambio, la ira colectiva y el desafío político, organizados y expresados por los propios compañeros de clase de los asesinados, han dejado una línea en la arena, marcada por jóvenes que exigen que el país realmente haga algo sobre la epidemia de tiroteos masivos.
Las protestas anunciadas (huelgas escolares el 14 de marzo y el 24 de marzo y un día de acción el 20 de abril) son profundamente inspiradoras.
Pero aún más, al poner el debate sobre las armas de fuego en el terreno de la lucha social, este nuevo movimiento tiene el potencial de desarrollar un ala izquierda que saque este debate del callejón sin salida en que se haya: un irresoluto choque entre "seguridad y libertad", y que comience a cuestionar el militarismo, la alienación social y la política derechista de la paranoia que se extiende desde Reddit a la Oficina Oval.
LOS TIROTEOS masivos se han convertido en una característica recurrente de la cotidianeidad en Estados Unidos y han penetrado profundamente la psique colectiva.
Las conversaciones van desde lo personal hasta lo político: ¿Cuál es la historia personal del tirador? ¿Por qué él (y es invariablemente un "él") llegó a un punto de ruptura tan horrible? ¿Por qué cualquiera puede comprar armas de fuego tan fácilmente? ¿Por qué el Congreso no hace algo?
Sin embargo, a pesar de la amplia gama de preguntas, estas tragedias han sido seguidas invariablemente por frases prefabricadas y un limitado alcance del debate.
Justificadamente, los liberales apuntan su dedo a la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) y sus lacayos republicanos, mientras que los conservadores hacen vagas afirmaciones sobre la salud mental, mientras que una legislación menor, que probablemente no habría evitado el tiroteo, se plantea y luego descarta, y una semana después, el ciclo noticioso vuelve a la regularidad.
Este predecible patrón es, en parte, lo que impulsa las protestas. Los estudiantes de Parkland tendrán que regresar a las mismas mesas bajo las cuales se escondieron, los padres enterrarán a sus hijos adolescentes y luego volverán a trabajar, los maestros tendrán que dar clases el resto del año con notables vacíos en las sillas, y pronto, todos escucharemos sobre otra masacre en otra ciudad.
Pero, como las pancartas en muchas de las protestas dicen: "¡Basta ya!".
La aparición repentina de un movimiento de protesta para poner fin a este ciclo enfermizo está agregando otro nivel a la resistencia contra Donald Trump y la derecha republicana.
Para los socialistas, que tradicionalmente hemos sido escépticos, y por muy buenas razones, de las medidas que otorgan a los gobiernos un monopolio sobre el uso de la fuerza letal, será importante discutir y debatir las demandas políticas específicas que surgen de estas protestas. Nos comprometemos a ventilar esa discusión.
Pero los tiroteos masivos son un fenómeno social que exige una respuesta social. Regulaciones a la industria de armamentos pueden ser un primer paso, pero la pregunta central que debemos enfrentar es cómo ampliar el alcance de este debate a las causas fundamentales de la violencia en EE. UU.: el imperialismo, el racismo, la opresión, la explotación y la alienación.
EN SU excelente ensayo de 2012 "Cuando el fuego irrumpe: control de armas y masacres coléricas", el socialista australiano Jeff Sparrow señala que los tiroteos masivos, aparentemente aleatorios y tan frecuentes hoy, no entraron en la conciencia pública estadounidense hasta la década de 1980 después una serie de asesinatos laborales por parte de trabajadores postales.
Esta primera ola de masacres bien documentada se produjo en medio de las medidas neoliberales de la era Reagan, que creó las cada vez más intolerables condiciones laborales de los trabajadores postales.
De manera similar, en su libro de 2005, el periodista Mark Ames sugiere que la implementación de muchas de estas reformas en la educación pública, en la década de 1990, sentó las bases para un aumento en las masacres en las escuelas, como en la secundaria Columbine, en 1999.
La pregunta sigue siendo, sin embargo, por qué existe una conexión entre la miseria en las plazas laborales o las escuelas y la violencia masiva. Sparrow sugiere que la respuesta radica en la erosión de la cultura colectiva durante la era neoliberal, a través de la aniquilación de los sindicatos, la sociedad civil y los movimientos sociales, combinada con una larga historia de glorificación de la violencia en la tradición patriótica estadounidense.
Volviendo al ejemplo de los trabajadores postales, debe recordarse que 16 años antes de la infame masacre de la oficina postal de 1986 en Edmond, Oklahoma, 200,000 trabajadores postales en todo el país participaron en una huelga nacional en 1970, ganando reformas en el Servicio Postal de los Estados Unidos.
Parcialmente en respuesta, la Ley Federal de Relaciones Laborales de 1978, aprobada por el presidente demócrata Jimmy Carter, prohibió la huelga de los empleados federales, dejando a los trabajadores desarmados y paralizados cuando comenzaron los ataques de Reagan contra el sector público.
Con la opción de la huelga fuertemente restringida y la aceleración del paso laboral, los trabajadores quedaron con pocas opciones colectivas para resistir. Mientras tanto, la "guerra contra las drogas" con la ocupación policial de los barrios negros siguió aumentando, y películas como Rambo revivieron la glorificación de la violencia militar para borrar los recuerdos de la derrota estadounidense en la Guerra de Vietnam.
Ames observa que muchos de los trabajadores que entrevistó expresaban cierta simpatía con los trabajadores postales que perpetraron masacres.
MIENTRAS EL fenómeno del pistolero solitario matando docenas de personas en un lugar público es una característica única de nuestro momento actual, la violencia ha sido una característica central de la sociedad estadounidense a lo largo de su historia.
En su nuevo libro Cargado: Una desarmadora Historia de la Segunda Enmienda, Roxanne Dunbar-Ortiz traza la centralidad de la violencia en los Estados Unidos desde el colonialismo hasta los asesinatos policiales y el imperialismo.
"Las sucesivas generaciones de estadounidenses, tanto soldados como civiles, convirtieron el asesinato de hombres, mujeres y niños indios en un elemento definitorio de su primera tradición militar y, por lo tanto, parte de una identidad estadounidense compartida", escribe Dunbar-Ortiz. Ella señala que esta tradición se transmite a vigilantes como Dylann Roof y George Zimmerman, quienes:
actúan y hablan abiertamente en apoyo de las mismas raíces del nacionalismo estadounidense, que se incrustan en la estructura institucional del país, desde la Constitución misma, que incluye la Segunda Enmienda, hasta la "causa perdida" de la Confederación para salvar la institución de la esclavitud y la continua colonización de tierras nativas.
La centralidad de la violencia en el proyecto colonial e imperial de Estados Unidos no puede exagerarse, y el estado ha respaldado históricamente la violencia civil para promover estos fines.
Si bien existe una importante distinción entre el trabajador postal descontento, el estudiante de secundaria aislado y un declarado supremacista blanco como Dylann Roof, todos operan en la misma cultura estadounidense que establece la violencia como medio para alcanzar los objetivos.
Se ha estimado que EE. UU. ha estado en guerra por un asombroso 93 por ciento de su existencia, desde las docenas de conflictos coloniales contra los pueblos indígenas en sus primeros años, hasta las interminables guerras en Medio Oriente y Afganistán que abarcan toda la vida de muchos estudiantes en Marjory Stoneman Douglas.
La guerra engendra una mentalidad en la que la violencia se justifica en el exterior y se replica a nivel nacional por la policía y los agentes de la Patrulla Fronteriza.
Es crucial entender que este es el contexto en el que se producen tiroteos masivos aparentemente aleatorios.
Solo esforzándonos por comprender por qué las personas son alienadas en la vida estadounidense contemporánea y el rol histórico que desempeña la violencia en nuestra cultura, podemos comenzar a identificar los objetivos más amplios que un movimiento debe enfrentar para crear un mundo menos violento.
DEBEMOS TOMAR fortaleza de la ira colectiva expresada tras el tiroteo en Parkland y reconocer que el deseo generalizado de hacer algo puede ser poderoso.
Pero también debemos ser conscientes de que este deseo puede orientarse hacia la expansión del papel de las fuerzas policiales, las listas de vigilancia de Seguridad Nacional y el aparato represivo en general. Esto solo aumentaría los poderes del gobierno de Estados Unidos, que sigue siendo, como Martin Luther King Jr. Lo llamó hace 50 años: "el mayor proveedor de violencia en el mundo".
Dado el carácter del gobierno estadounidense, las propuestas por más chequeo de antecedentes, detectores de metales en las escuelas y requisiciones forzadas de armas de fuego se realizarán invariablemente de forma desproporcionada contra personas de color, pobres y de clase trabajadora.
Es obvio que Donald Trump dirigirá leyes anti-armas no contra los arsenales de los supremacistas blancos con los coquetea, sino contra personas negras y morenas, en nombre de su cruzada chivo-expiatoria contra las pandillas callejeras de Chicago o la pandilla centroamericana MS-13.
Al participar en los debates sobre qué reformas nos harán avanzar o retroceder, debemos tener claro que existen otras demandas que no entran dentro del marco del "control de armas", pero que podrían ser más relevantes para evitar futuras masacres.
Muchos tiradores masivos realmente tienen problemas emocionales y psicológicos, por lo que necesitamos atención médica universal. O son consistentemente violentos hacia las mujeres, por lo que necesitamos un movimiento feminista militante que pueda sacar la violencia doméstica de las sombras, así como #MeToo lo ha hecho con el asalto sexual.
Y si la gente es alienada en la escuela, atrapadas en el trabajo y sin esperanza de futuro, necesitamos sindicatos y movimientos sociales que puedan desacreditar las instituciones que promueven el racismo, el sexismo y la opresión, al tiempo que demuestren que hay un mundo mejor que ganar por medio de lucha colectiva.
La militancia de los estudiantes de la secundaria en Parkland ha galvanizado a millones de personas que están hartas de la violencia desenfrenada que asola nuestras comunidades, y no sólo en las escuelas.
A medida que este nuevo movimiento se desarrolle, debemos continuar ampliando el alcance del debate y las demandas más allá de las reformas legislativas inmediatas. En última instancia, tenemos que plantear un desafío a la sociedad en general y sus instituciones que hacen que la violencia sea tan importante para nuestra cultura colectiva.
Traducido por Orlando Sepúlveda