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Crónica de un año crucial

Reseña por Peter Lamphere | 28 de enero de 2005

'68, por Paco Ignacio Taibo II, Seven Stories/Siete Cuentos Press, 2004, 224 páginas, $12.95.

EL 1968 es recordado como un año de movimientos sociales feroces y de disturbios, incluso una huelga general de 10 millones de trabajadores en Francia, la ofensiva Tet en Vietnam, y los saludos de Poder Negro (Black Power en inglés) en los Juegos Olímpicos. Sin embargo, poca gente conoce del masivo movimiento estudiantil en México que tuvo su apogeo en los meses que antecedieron a esos Juegos Olímpicos—una huelga estudiantil universitaria que involucró a mas de medio millón de estudiantes, y que fue brutalmente reprimida convirtiéndose en una masacre de más de 400 a sangre fría a manos del ejército mexicano.

La edición de '68—que está disponible en español y en inglés—es un a relato breve de uno de los líderes del movimiento estudiantil, y es importante para quien quiera tomar inspiración de los eventos de los 60. El recuento, de estilo personal y anecdótico, no pretende ser un análisis sistemático, pero nos da un sentido claro del ambiente excitante, del alcance inspirador y de la atmósfera de creatividad optimista que existía dentro del movimiento.

A diferencia de muchos otros libros excelentes sobre el movimiento del 1968, como el de Elena Poniatowska, La Noche de Tlatelolco, el libro no se enfoca en la masacre de los estudiantes, que ha sido por demasiado tiempo el único hecho ampliamente conocido sobre los acontecimientos del 1968. En vez de eso, Taibo explora el súbito surgimiento de un movimiento de masas que emergió de una izquierda estudiantil que había estado hasta ese momento relativamente débil y aislada.

El movimiento comenzó cuando una manifestación en solidaridad con la revolución cubana—descrita por Taibo como "la manifestación más ritualista de la izquierda"—se encontró con una manifestación simultánea de miles de estudiantes de escuelas politécnicas protestando en contra de una invasión policíaca de sus escuelas.

Las dos manifestaciones fueron reprimidas viciosamente, provocando que los estudiantes regresaran a sus escuelas para organizar asambleas que convocaran a una huelga. La represión continuó cuando la policía usó una ráfaga de bazuca para destrozar la puerta de una de las escuelas preparatorias. En poco tiempo las manifestaciones crecieron hasta llegar a los 30,000 participantes, y luego a 100,000, y, después de un mes, a 500,000.

Cuando uno lee '68 adquiere un sentido agudo de la creatividad del movimiento. Desde el principio de la huelga, los activistas se organizaron en brigadas de propaganda, desplegándose a través de los mercados, las estaciones de autobuses, y las esquinas de las calles del Distrito Federal para distribuir volantes y recaudar donaciones. Los estudiantes llevaban a cabo "mítines relámpagos", deteniendo el tráfico para interpretar teatro de guerrilla ilustrando las demandas del movimiento a la población.

Taibo escribe brillantemente sobre las experiencias diarias del movimiento: las cantinas comunales donde los anarquistas, los trotskistas, y "los guevaristas de minifalda" cocinaban juntos; el redescubrimiento de la libertad por las mujeres del movimiento que ignoraban las advertencias de quedarse en casa durante las noches; el "insomnio loco" de los turnos de guardia nocturna en la universidad (una vez Taibo y sus compañeros enrollaron todo un edificio con cinta de máquina de escribir porque el color de la cinta era rojo y negro, los colores de la huelga).

Taibo relata la historia de que cómo un estudiante ingenioso, después de que el Presidente Díaz Ordaz hiciera su oferta de la "mano extendida" a los estudiantes como un gesto del diálogo, acuñó la consigna: "para la mano extendida, la prueba de parafina".

Las instancias de apoyo provenientes de la población de clase trabajadora de la ciudad son increíbles también. Por ejemplo, después de que los tanques habían dispersado una manifestación estudiantil en el Zócalo, el presidente convocó a una contra-manifestación de empleados del estado. Pero los trabajadores estatales comenzaron a corear "fuimos acarreados a este lugar, somos los borregos de Díaz Ordaz" y los tanques tuvieron que despejar el Zócalo una vez más, esa vez dispersando a los trabajadores.

Pequeños comités de apoyo comenzaron a surgir entre los obreros de las refinerías petroleras y los trabajadores de la industria eléctrica, y el apoyo a favor de las manifestaciones estudiantiles era impresionante.

A pesar de la represión y la derrota eventual del movimiento estudiantil, el movimiento tuvo un impacto duradero en la sociedad mexicana. Fue la primera grieta en el masivo aparato monolítico y burocrático-nacionalista del Partido Revolucionario Institucional. Los activistas que se forjaron pocos meses antes de los Juegos Olímpicos eventualmente fueron a organizar luchas indígenas, sindicatos democráticos, y movimientos populares urbanos que serán los que lograran una transición democrática para el pueblo mexicano. Un movimiento popular que produzca los cimientos de una transformación popular en el futuro.

Según escribió Taibo: "El movimiento estudiantil fue muchas cosas al mismo tiempo: un desenmascaramiento del estado mexicano, rey desnudo ante los millares de estudiantes; fue escuelas tomadas y creación de un espacio comunal libertario basado en la asamblea; fue debate familiar en millares de hogares, fue crisis de las tradicionales formas de desinformar a la patria y encuentro del volante, la voz viva y el rumor salvador como alternativas a la prensa y a la tele controladas; fue también violencia, represión, miedo, cárcel, asesinatos. Pero sobre todo, más que nada, ante todo, significó el relanzamiento de una generación de estudiantes sobre su propia sociedad, la retoma del barrio hasta ahora desconocido, la discusión en el autobús, la ruptura de fronteras, el descubrimiento de la solidaridad popular, la visión más cercana de otro montón de los "ellos", traspasando las bardas grises de la fábrica y llegando hasta los que estaban en su interior".

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