Foscas trincheras en Venezuela
El pueblo obrero venezolano está atrapado entre una extrema oposición de derecha y un gobierno corrupto que no sirve a sus intereses, escribe Eva María.
POR LOS últimos meses, los principales medios de comunicación de Estados Unidos han vuelto a uno de sus favoritas obsesiones: Venezuela es una dictadura y es hora de hacer algo al respecto.
Desmedidos titulares en el New York Times, CNN, The Economist y Forbes afirman que la cancelación de un referendo destinado a revocar al presidente Nicolás Maduro de su cargo el mes pasado revela la naturaleza dictatorial del gobierno venezolano. La controversia en torno a los llamados presos políticos, encarcelados bajo el gobierno del predecesor de Maduro, Hugo Chávez, también contribuye a la imagen autoritaria del Estado.
Por ejemplo, uno de los últimos anuncios de campaña de Hillary Clinton hizo la absurda afirmación de que Donald Trump transformaría a Estados Unidos en algo así como la Venezuela de Chávez: una dictadura. Esta distorsionada visión es consistente con las políticas de la administración Obama, que impuso sanciones a los representantes estatales de Venezuela por ser una peligrosa amenaza para la "democracia" estadounidense.
Los mismos titulares describen un país que está fallando. Las cifras oficiales estiman que la inflación alcanzará el 700 por ciento a fines de este año. Los estantes de los supermercados parecen carecer de los alimentos básicos como la leche, la harina o el azúcar; el crimen violento está en aumento, según los informes; y el contrabando a través de Colombia y el mercado negro aumentan.
Los jóvenes estudiantes y las familias de clase media entrevistados por los medios corporativos explican que están saliendo del país para escapar de la dictadura de Maduro, mientras que los pobres son retratados como desesperados por resolver una crisis de la que no pueden escapar.
Mientras tanto, Maduro se aferra a la línea de que la crisis no tiene nada que ver con su gobierno, en su lugar él culpa a las clases dirigentes locales e internacionales que odian a la Revolución Bolivariana por sus ideales socialistas. El presidente se burla frecuentemente de la oposición y rechaza cualquier crítica de su gobierno como hipócrita.
Maduro se auto-define como el indiscutible sucesor del proyecto Chavista para llevar el país hacia el socialismo, definido como una sociedad altamente democrática, popular y participativa. Afirma que todo, desde la disminución de la producción interna de alimentos hasta la decisión de abrir parte de la región amazónica a la exploración de oro, son males sobre los que él no tiene poder. En cambio, el capitalismo global y la élite venezolana son responsables.
Estas imágenes, presentadas por ambos lados del conflicto venezolano, no dan respuesta a las necesidades reales de la población del país. La propuesta de la derecha de revocar a Maduro y liberar a los prisioneros políticos no contribuye a resolver la crisis económica y social, y la afirmación del gobierno que la clase dominante y el imperialismo estadounidense son los culpables de todo falla en movilizar a la mayoría obrera para restar la iniciativa de la derecha.
La realidad es que los venezolanos están luchando por sobrevivir, y han perdido la confianza en los representantes políticos de todos colores.
ESTE ES un tumultuoso tiempo en la política venezolana. En octubre, la Corte Suprema canceló la organización de un referendo revocatorio, que fue la única campaña consistente de la oposición durante el año pasado.
De acuerdo con la Constitución venezolana, redactada y aprobada por la Asamblea Nacional en 1999, con el fallecido Presidente Chávez a la cabeza, si un porcentaje significativo de la población desea revocar al presidente antes de que su mandato termine, lo puede hacer por medio de un referéndum.
Esta herramienta fue utilizada en 2004 contra el entonces popular Chávez, pero él derrotó fácilmente la revocación. La oposición decidió volver a intentarlo este año, poniendo al presidente Maduro en la mira en un momento en que su popularidad se ha desplomado.
Maduro, sabiendo que las encuestas muestran descontento con su gobierno, ha manejado este proceso de manera muy diferente a Chávez en 2004. Entonces, la estrategia del gobierno fue movilizar a la base chavista a las urnas para defender la continuación de su mandato, con un éxito rotundo. Esta vez, sin embargo, Maduro está recurriendo a medios burocráticos para detener la votación.
La Corte Suprema suspendió el referéndum basado en alegaciones de firmas fraudulentas. En respuesta, la oposición venezolana organizó una marcha al palacio presidencial, el 3 de noviembre, bajo el lema de "La Toma de Venezuela". "¡En Venezuela, estamos luchando contra Satanás!" --exclamó líder de la oposición derechista, Henrique Capriles.
El propósito de la marcha de la oposición era hacer dirimir a Maduro allí mismo, si el número movilizado podía justificar la acción. Sin embargo, la oposición canceló la confrontación en el último minuto después de acordar con Maduro un diálogo de paz mediado por el Vaticano.
La sección de la oposición que aceptó tomar parte en el diálogo espera encontrar un camino diferente al poder antes de que el mandato de Maduro termine en 2019, o tal vez iniciar discusiones para la formación de algún tipo de gobierno de unidad nacional.
Tal gobierno proporcionaría una solución colectiva, desde las elites, para que la "burguesía bolivariana" que se ha desarrollado bajo Chávez y Maduro y la oposición de derecha (incluyendo el grueso de la clase dominante venezolana) se beneficien a costa de las clases populares.
La clase política estadounidense, los miembros de UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas), el Vaticano y otros actores internacionales se han pronunciado fuertemente a favor de estas negociaciones como el único camino a seguir por ambas partes. Incluso han airado algunos elogios para Maduro y han retrocedido en algunas de sus críticas más agudas, después de que él se acercara al Papa Francisco.
Desde que el dialogo comenzó, cada parte ha tomado medidas para conciliar sus diferencias, con la oposición cancelando la marcha del 3 de noviembre y el gobierno liberando a cinco prisioneros. Se anunciarán más concesiones a medida que la negociación continúe.
MIENTRAS TANTO, el pueblo venezolano está desmoralizado y apenas lidiando. Ellos carecen de confianza en la capacidad de sus líderes para hacer frente a sus dificultades diarias. No se sienten representados por ninguna de las fuerzas contendientes.
¿Por qué Maduro no puede inspirar a los millones de personas que Chávez movilizó cada vez que enfrentó un ataque de la derecha? ¿Por qué la oposición encuentra tan difícil ganar el favor entre el 75 por ciento de la población que ha perdido fe en Maduro, según las encuestas recientes?
Durante los quince años de gobierno de Chávez, él y sus aliados desarrollaron un marco teórico que inspiró a millones de personas a creer que un nuevo camino hacia el socialismo estaba abierto. Pero hoy, en crisis y desorden, poco de ese sueño permanece.
Algunos en la izquierda culpan a Maduro y su gobierno por traicionar la revolución por medio de corrupción y la mala administración de fondos. Se trata de críticas sólidas, pero la raíz del problema comenzó con el propio Chávez y su argumento de que el socialismo podría ser una empresa dirigida por el Estado.
En el Foro Social Mundial de 2005, Chávez llamó a la izquierda a redefinir el socialismo. Dos años más tarde, inició la formación del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) para unir a todas las fuerzas comprometidas con el avance de la Revolución Bolivariana.
Los socialistas que apoyaron al presidente, pero seguían siendo críticos con la burocracia formándose a su alrededor. Se vieron atrapados: ¿Podían unirse a un partido de clase obrera dirigido desde su cabeza, pero genuinamente popular, o permanecer independientes y enfrentar la probabilidad de ser relegados a los márgenes de la política?
Al final, la mayoría de las formaciones socialistas, incluyendo Marea Socialista, que a menudo ha colaborado con esta publicación, acordaron participar. Sin embargo, en ningún momento las filas del PSUV se hincharon para incluir a millones de miembros, y el partido no se basó en la participación activa de sus miembros, por mucho que Chávez lo dijera.
En su lugar, una estructura burocrática --en la que la crítica, el debate abierto y el poder de la base eran más a menudo la excepción que la regla -- se hizo cargo. Personeros leales a Chávez, supuestamente "revolucionarios", que fueron puestos a cargo de diferentes sectores del Estado, y gran parte de esta nueva casta utilizó su nuevo encontrado poder para enriquecerse, mientras desplegaban una retórica socialista.
Por su parte, las ideas de Chávez para financiar y apoyar el poder popular no funcionaron en la práctica, y los funcionarios corruptos fueron manejados antidemocráticamente, con el propio Chávez expulsándolos del gobierno o trasladándolos a otros ministerios para encubrir sus malas acciones.
Durante la administración de Maduro, esta capa burocrática parece haber consolidado aún más su poder a través de relaciones de clientela, usando algunos de los programas sociales que fueron diseñados para construir el poder desde abajo. La riqueza obtenida la década pasada por el alto precio del petróleo enmascaró este proceso, pero la dramática caída en los precios del petróleo ha expuesto de forma rápida los problemas del proyecto bolivariano.
EL SOCIALISMO no causó esta crisis, no importa cuántas veces los medios corporativos digan que sí. Las medidas populares promulgadas durante los años más prósperos de la revolución no son socialistas, sino intentos de aliviar los peores efectos del capitalismo --la pobreza extrema y la mala atención médica, la vivienda y la educación --, evitando al mismo tiempo una confrontación a gran escala con la clase dominante.
La tasa dual de cambio fijo, implementada por el gobierno y destinado a subvencionar la producción y distribución de alimentos en el país, es un ejemplo que así lo demuestra. Para hacer los alimentos accesibles a todos, el Ministro de Economía elaboró un plan para proporcionar dinero preferencial a las empresas que importaran bienes esenciales para venderlos en los supermercados a precio subsidiado.
Pero desde el principio, los ya establecidos capitalistas locales trabajaron con la nueva burocracia para tomar ventaja del sistema. Algunos llanamente robaron el dinero, ni siquiera se molestaron en importar los bienes que declararon. Otros importaron las mercancías prometidas, pero luego las contrabandearon a Colombia para obtener un mejor precio allá, o las vendieron directamente en el mercado negro, donde el provecho era mucho mayor.
Esta lógica es la forma en que cada sistema capitalista opera, pero es especialmente irritante en este caso porque algunos de los funcionarios que decían perseguir "el socialismo del siglo XXI" fueron los mismos que participaron activamente en el canje de precios. Este tipo de corrupción, combinada con la caída del precio del petróleo y las tácticas derechistas para sabotear cualquier medida progresista, ayuda a explicar el desarrollo de una crisis que, como siempre, terminó afectando a los más pobres.
Para la oposición, la solución es simple: restaurar la estructura neoliberal en la economía, implementar la austeridad sobre los trabajadores y aumentar el provecho capitalista, todo en interés de unos pocos. Algunas de las figuras de la oposición exigen la intervención extranjera de países como Estados Unidos y aliados regionales para acelerar la transición.
Para Maduro, la solución es confusa: si enfrenta la corrupción, tendría que enfrentar a la burguesía nacional, así como a poderosos intereses en el liderazgo de su propio partido que están utilizando al Estado para acumular una enorme cantidad de riqueza.
PARA BUSCAR una alternativa radical, los socialistas debemos permanecer independientes de cualquiera de estas fuerzas.
Algunas figuras prominentes de la izquierda internacional, como la reconocida periodista venezolana --estadounidense Eva Golinger y algunos escritores de Venezuelanalysis.org, han tenido dificultades para hacerlo. Sostienen que nuestra tarea como socialistas es resaltar el papel del imperialismo norteamericano y de la clase capitalista venezolana. Ahora no es el momento, dicen, de criticar a un gobierno con raíces en un proceso popular y revolucionario.
Pero esta concepción de solidaridad con el pueblo venezolano es unilateral. Apoyar a un gobierno que ha abandonado las raíces de la Revolución Bolivariana hace poco por entender y defender el movimiento de masas que empujó a Chávez hacia la izquierda. También arriesga minimizar el deseo de la mayoría de los venezolanos a encontrar una alternativa democrática para avanzar en su lucha.
Además, significa tirar por la borda a los revolucionarios que han sido censurados y removidos de posiciones de poder por haber criticado a la nueva casta en el gobierno. Significa aprobar las maniobras del gobierno para bloquear a los candidatos de las recién formadas organizaciones socialistas, independientes al partido en el poder, como ha sido el caso de Marea Socialista.
Significa permanecer en silencio en cara del nuevo contrato de exploración que Maduro acordó con compañías multinacionales para extraer oro en una de las regiones con mayor biodiversidad en el mundo. Sin sorpresa, este nuevo proyecto también incluya leyes laborales más flexibles e bajos impuestos para estas empresas.
Significa tolerar el proceso de diálogo que Maduro está encabezando con una oposición que representa todo lo que la izquierda correctamente rechaza: la explotación, la misoginia, el racismo, el imperialismo, etc.
Y lo más importante, significa conceder complacientemente a un gobierno que ha demostrado consistentemente que ya no está del lado del pueblo y de la lucha por el socialismo.
Para ser coherentes con los principios socialistas y nuestros objetivos estratégicos, necesitamos buscar más allá de un análisis superficial que defienda a Maduro como la única opción para los izquierdistas. La situación en Venezuela es crítica, y los trabajadores son los que más sufren. No hay solución a corto plazo para esta crisis.
Pero la izquierda revolucionaria debe comenzar a articular un proyecto independiente que rechace la actual burocratización del proceso bolivariano. Este proyecto debe luchar para reagrupar las fuerzas políticas y sociales capaces, y deseosas, de formar nuevas organizaciones democráticas, cuyos objetivos sean promover la confianza en sí misma y la independencia de la clase obrera.
Esta debe ser la línea de nuestros juicio político, no simplemente si una iniciativa favorece o está en contra de Nicolás Maduro.
Traducido por Orlando Sepúlveda