Escuelas enseñando a luchar
La revuelta de los educadores en West Virginia y las protestas contra la violencia armada nos proporcionan lecciones de la vida real para aprender a resistir.
MARZO FUE el mes en que las escuelas de Estados Unidos se convirtieron en el epicentro de protestas explosivas y de la solidaridad: en West Virginia los docentes se lanzaron a la huelga por salarios y seguro de salud, y a través del país hubo huelgas y protestas estudiantiles contra la violencia armada.
Ambas movilizaciones demostraron qué tan rápido puede una lucha propagarse e inspirar a otros a participar, y cómo pueden surgir, en apariencia, de la nada.
Esto ha sido una característica de la era Trump: enérgicas protestas que se convierten en el centro de atención en un país siempre al borde de aún otra atrocidad de la Casa Blanca, otro ataque racista perpetrado por la derecha, u otro acto de violencia en una escuela o en otro lugar.
Otra característica de la era Trump es que cada vez más personas recurren a la solidaridad como defensa contra estos innumerables ataques.
Los maestros de West Virginia son un gran ejemplo de esto: los educadores y los trabajadores escolares de los 55 condados se unieron para decir "no" a los legisladores estatales que querían darles menos de lo que merecen. El orgulloso grito hizo eco una y otra vez en los pasillos del Capitolio estatal: "¡Ni uno, ni dos, ni tres, ni cuatro, sino 55 en tu puerta!"
Del mismo modo, la campaña estudiantil contra la violencia armada provocó miles de huelgas escolares el 14 de marzo y manifestaciones en todo el país, sumando a más de 1 millón de jóvenes movilizados, cansados y hartos de vivir en un mundo donde la violencia es un hecho de la vida cotidiana.
Los estudiantes que sobrevivieron la masacre en la escuela en Parkland, Florida, han convertido la violencia armada en un tema de debate público, pero también han creado una plataforma para estudiantes de otras escuelas y otros entornos que enfrentan diferentes tipos de violencia.
Además de enfrentarse a la Asociación Nacional del Rifle y a los políticos que complacen a los fabricantes de armas y resisten cualquier regulación, los estudiantes hablan de la violencia policial y la pandillera, la militarización de las escuelas y las causas subyacentes de la violencia.
LA NATURALEZA explosiva y espontánea de estas luchas enseña a la izquierda qué tipo de lucha se ha estado desarrollando desde incluso antes de la era Trump. Las huelgas y las protestas pueden haber estallado de forma sorpresiva y espectacular, pero les subyacen años de conflicto, descontento y expresiones fugaces, pero reales, de la búsqueda por una alternativa.
La Secretaria de Educación de la administración Trump, Betsy DeVos ya dejó que su visión para la educación pública incluye su reemplazo con escuelas chárter y subsidios privados. Pero las escuelas públicas han sido blanco de agresivos "reformadores" desde hace mucho, haciendo el trabajo sucio de las corporaciones que buscan lucrar con la privatización de la educación pública.
Mientras, sus supuestos defensores en el gobierno estrangulan el flujo de ingresos y recursos. La administración demócrata de Obama avanzó más lejos en el proyecto de la privatización escolar, y en Chicago el alcalde Rahm Emanuel, estranguló las escuelas de los barrios pobres y de clase obrera, para luego considerarlas "fallidas", para así promover las escuelas chárteres y atacar al sindicato docente, culpándolo de la crisis.
Los políticos de ambos partidos han invitado a los "expertos educacionales" de las corporaciones a las aulas de las escuelas públicas para hacer proliferar las pruebas estandarizadas, convirtiendo los salones en lugares donde el éxito de los estudiantes y maestros se mide con puntajes en exámenes que idiotizan la mente. Los maestros son culpados del problema y se las castiga o recompensa en base a "mérito".
Esta es la causa de las luchas de los maestros en West Virginia, Oklahoma y de otros estados: salarios y beneficios, pero además recursos en las aulas, resistir la privatización y por el respeto al trabajo de los docentes; asuntos que educadores en el país entero reconocen muy bien.
Mas aún, la privatización de las escuelas públicas y el intento de usar a los maestros como chivos expiatorios están conectados a los ataques contra los propios estudiantes, especialmente los de la clase obrera, predominantemente negros y latinos. Ellos no requieren esfuerzo para conectar la amenaza de los tiroteos masivos con el entorno cada vez más militarizado que experimentan.
Todo esto, sumado a un presidente fatuo, cuya respuesta a la tragedia de Parkland fue proponer gastar millones para armar a los maestros, y la explosión de protestas y huelgas estudiantiles tampoco debiera sorprender. Los estudiantes continuaron su campaña en abril, con un día nacional de huelgas escolares secundarias para el 20 de abril, el aniversario del tiroteo en Columbine.
Mientras tanto, aquellos que sean energizados por las protestas tendrán que lidiar con las muchas conexiones que surgen con el tema de las armas y la violencia: la influencia de la maquinaria de guerra estadounidense, la desigualdad económica, una historia de violencia racial y genocidio, entre otras. Como escribimos en nuestro editorial del 13 de marzo:
Después del 14 de marzo, será hora de que aquellos comprometidos a resistir la derecha, tanto los que hayan asistido a su primera manifestación como los activistas veteranos, saquen las lecciones de la huelga escolar para conectarla a una más amplia lucha por un mundo diferente al mundo en que Trump y la NRA toman las decisiones.
LA RESISTENCIA de los maestros está inyectando una muy necesita energía al movimiento sindical y dándonos importantes lecciones.
El éxito de la lucha docente en West Virginia mostró a todos el poder de la huelga como arma de lucha, incluso en un estado con fuertes leyes antisindicales.
Como Katie Endicott, maestra de West Virginia, dijo en una entrevista con Socialist Worker: "Alguien tiene que encender la chispa y la chispa debe ser convertida en llama. Y una vez que se convierte en una llama, no serán capaz de apagarla".
Lo que sucedió en West Virginia encaja con la larga y, a menudo, impredecible historia del movimiento sindical estadounidense, en la que hay largos períodos de aparente silencio interrumpidos por feroces batallas, donde no hay garantía de una victoria.
La colaboradora de SocialistWorker.org Sharon Smith, autora de Fuego Subterráneo: Una Historia del Radicalismo Obrero en los Estados Unidos, resumió este patrón así:
Como podemos ver de la experiencia de West Virginia, los períodos de "paz laboral" no necesariamente indican la satisfacción de la clase trabajadora con el estatus quo. Por lo general, es todo lo contrario... Desde afuera, aunque el movimiento sindical parece tranquilo, la vida de los trabajadores se ha visto alterada hasta el punto en que la lucha de clase es la única forma posible de avanzar.
Para que ésta o cualquier lucha avance más allá de cierto punto, es importante que aquellos comprometidos a continuarla aprendan lo que ayudó y lo que no, en preparación para las futuras batallas.
A lo largo de cuatro décadas de existencia, Socialist Worker y la organización que lo publica, la Organización Socialista Internacional, se han dedicado a organizar solidaridad con las luchas obreras: desde las luchas de los mineros en 1977-78, a las batallas de la Zona de Guerra de Illinois de 1994-95, a la huelga nacional de UPS en 1997 y más, sacando las lecciones para nuestro movimiento.
Ahora, como Smith señala, los maestros de West Virginia "respondieron una pregunta que ha estado inquietando a muchos de nosotros: a saber, después de tantos años, ¿cómo pueden ser transmitidas las tradiciones de lucha de la clase obrera a quienes llegaron a la mayoría de edad en las últimas cuatro décadas, y nunca han tenido la oportunidad de experimentar los altibajos de la lucha de clases que alguna vez fueron un lugar común entre los trabajadores?".
La respuesta provino de un lugar inesperado, el sollamado "País Trump", considerado por los medios como un remanso de ideas reaccionarias. De la misma manera, los socialistas estaremos preparados para ser parte de lo que sea que esté a la vuelta de la esquina, en cualquier arena de lucha que aparezca.
Nadie hubiera predicho que la violencia armada inspiraría las mayores huelgas estudiantiles en al menos una generación. Del mismo modo, nadie adivinó que la amarga ira contra la violencia sexual y sus perpetradores tomaría la forma de la campaña #MeToo y renovaría el activismo en torno a los derechos de la mujer.
No sabemos exactamente cómo se desarrollarán estas luchas en nuestras escuelas. Pero lo que ya hemos aprendido es que las escuelas no tienen que ser lugares donde los "reformadores" corporativos, como DeVos, saquen provecho de la privatización, donde los maestros sean chivos expiatorios y donde los estudiantes vivan aterrorizados por un tiroteo o sean acorralados como criminales bajo guardias armados.
Hemos aprendido que los estudiantes, los maestros y sus protestas pueden comenzar a transformar las escuelas en lugares donde podamos esperar un verdadero aprendizaje, dignidad y respeto.
Traducido por Orlando Sepúlveda