Protegiendo el duopolio
Los Demócratas tiene un largo historial de intentar aplastar cualquier alternativa radical.
EL AÑO 2016 será el año del afuerino.
Al menos eso es lo que los adentrados del sistema político de Washington están diciendo y escribiendo estos días. Pero a decir verdad, su definición de "afuerino" no es la misma a la entendida por la mayoría de los lectores de este artículo.
Aun así, si nos fijamos en quién hace noticia en las primeras etapas de la campaña electoral presidencial, a más de un año de las elecciones generales, los de adentro parecieran tener un punto.
En el lado republicano están Donald Trump y Ben Carson; un fanfarrón y un charlatán capaces de expresar la peor xenofobia y odio que cualquier político derechista pueda ofrecer. Pero han obtenido una audiencia entre un sector de votantes atraídos por su pose anti-establecimiento.
En las primarias demócratas, el senador por Vermont Bernie Sanders tiene mucho más derecho a la etiqueta de afuerino.
Pero el confeso socialista pone su pretensión de independencia política en cuestión al buscar la nominación presidencial de un partido que es parte íntima del establecimiento político bipartidista. Sin embargo, Sanders ha inspirado el entusiasmo de millones de personas atraídas a su condena de la desigualdad económica, la destrucción del medio ambiente y todas las demás injusticias generadas por el estatus quo político.
El apoyo general por alguien foráneo a la política de Washington es tan grande que incluso Hillary Clinton está tratando de subirse al carro. En el debate de los candidatos demócratas, en octubre, ella se auto proclamó la afuerina por excelencia, por ser mujer.
Es un vergonzoso hecho en la historia de Estados Unidos que ninguna mujer haya nunca sido presidente, o ni siquiera candidata a la presidencia de ninguno de los principales partidos. Pero Clinton, en ninguna forma, puede clamar ser una afuerina. Como Secretaria de Estado, senadora y poderosa miembro del Partido Demócrata, antes, durante y después de la presidencia de su esposo Bill Clinton, es parte consumada de lo que Ralph Nader llama el duopolio en Washington. De hecho, ella está contando con su condición de político residente para asegurarse la nominación demócrata.
NO DEBE ser sorpresa alguna que los votantes quieran un cambio al estrecho estatus quo político, especialmente con la sempiterna temporada electoral ya sobre nosotros, constantemente recordándonos del rol del gran dinero y la influencia corporativa en ambos partidos.
La recaudación de fondos electorales solía ser un oscuro secreto de la política estadounidense, seguido principalmente por grupos de vigilancia de financiamiento de campañas. Ahora, aparece como noticia de primera plana en el New York Times.
Un informe del Times, a principios de este año, reveló que hasta ahora menos de 400 familias son responsables de casi la mitad del dinero recaudado durante la campaña presidencial de 2016. Eso es "una concentración de donantes políticos sin precedente en la era moderna", el periódico señaló. "Los grandes donantes no son sólo clientes de los candidatos, sino también sus confidentes, con fácil acceso a ellos--y, a veces, con negocios ante ellos".
Pero hay otras razones por el descontento con el estatus quo bipartidista. Entre base leal del Partido Demócrata, los últimos siete años de la administración Obama han reforzado un deseo permanente por algo diferente a las opciones ofrecidas por el establecimiento.
Obama, quien también clamó ser un "afuerino" cuando se postuló a la presidencia, fue elegido con la esperanza de que transformaría la política de Washington, luego de ocho largos años de guerras imperialistas y dádivas a las corporaciones de la administración Bush.
Pero para la gran mayoría de los trabajadores, el gobierno de Obama no cumplió. Las corporaciones disfrutaron de una fuerte recuperación de la Gran Recesión, mientras que para los trabajadores, los salarios y el nivel de vida se redujeron. La traición fue particularmente punitiva para los afroamericanos, quienes además han sufrido la propagación de una epidemia de violencia policial, con la administración del primer presidente negro teniendo muy poco o nada que decir.
El anuncio de Joe Biden en octubre de que no será candidato a la presidencia ha consolidado la idea de que Clinton será candidato presidencial demócrata, salvo algún colapso o escándalo inesperado.
Esa sombría perspectiva ayuda a explicar el entusiasmo por la campaña de Sanders. Pero un "afuerino" dentro del Partido Demócrata, un político "independiente" que ha prometido no desafiar al estatus quo no es lo que necesitamos.
Necesitamos otro partido. El verdadero obstáculo para poner los problemas de los trabajadores sobre la mesa durante la temporada de elecciones, y más tarde cuando sea necesario actuar, es un sistema político limitado a dos partidos dominados por la misma élite gobernante.
EL PARTIDO Demócrata ha fieramente defendido el domino del duopolio, haciendo feroz campaña contra cualquier alternativa a su izquierda durante toda su historia.
Tras la masiva rebelión obrera de la década de 1930, un número creciente de trabajadores radicalizados, frustrados con las traiciones de los políticos demócratas que llamaban a la Guardia Nacional para atacar las huelgas, fueron atraídos por la idea de crear un partido obrero para representar los intereses de la clase trabajadora. Según una encuesta de Gallup de 1937, más de uno de cada cinco encuestados apoyaron tal partido.
El Partido Demócrata y sus fieles seguidores entre los líderes sindicales se dispusieron a aplastar este sentimiento.
Cuando el recientemente formado sindicato Trabajadores Automotrices Unidos (UAW, por sus siglas en inglés) votó para apoyar la creación de un partido obrero campesino, los líderes del Congreso de Organizaciones Industriales (CIO, por sus siglas en inglés) intervinieron rápidamente para asegurar el triunfo del demócrata Franklin Roosevelt. El CIO amenazó con no proveer los fondos que la UAW requería para organizar la industria automotriz si ésta no apoyaba a Roosevelt.
Hasta hoy, EE UU no tiene un partido laboral; algo común en muchos otros países. Gracias a esto, los demócratas pueden contar con el apoyo ritual del movimiento sindical para ayudarles a pasar por el "partido de los trabajadores", sin tener que dar mucho a cambio.
Otro ejemplo: Cuando el movimiento por la justicia global surgió a finales de la década de 1990, Ralph Nader se postuló a la presidencia como candidato del Partido Verde, reflejando el ánimo del movimiento de protesta que acuñó el lema "Otro mundo es posible". La campaña de Nader fue la expresión electoral de las protestas y se propuso como una alternativa política al duopolio.
Fieles defensores del estatus quo, los demócratas atacaron el surgimiento de esta alternativa, realmente independiente, a cada paso del camino - y cuando no pudieron motivar a su base liberal a votar por el poco inspirador Al Gore, su campaña destacó la amenaza de lo que una administración Bush podría lucir. Su eslogan en 2000 y 2004 fue: "Un voto por Nader es un voto por Bush".
El establecimiento del partido utilizó cada truco disponible, pero no pudo evitar que Nader obtuviera un 2,7 por ciento de los votos en 2000, el resultado más fuerte de un candidato presidencial izquierdista en medio siglo.
Los demócratas culparon a Nader por la derrota de Gore, incluso después de que fue confirmado que Bush había robado las elecciones asegurándose de que votos favorables a Gore no fueran contados en Florida. Los demócratas podrían haber luchado contra Bush y los republicanos, pero prefirieron dejar que el Partido Republicano robara la Casa Blanca antes de desafiar la elección y socavar la legitimidad de la "mayor democracia del mundo". Ralph Nader fue el chivo expiatorio.
LA HISTORIA es clara: Cuando nos enfrentamos a verdaderas campañas "afuerinas", los demócratas tratan de aplastarlas.
Más a menudo que no, sin embargo, sólo tienen que amenazar a los votantes con la perspectiva de un republicano en la Casa Blanca para mantener su lealtad, y con la jauría de candidatos republicanos, cada uno poniendo más esfuerzo que el otro para demostrar su aterradora imagen, 2016 se perfila ser como uno de esos años.
Bernie Sanders merece el crédito de poner temas como la desigualdad de clases y la devastación ecológica en la vanguardia de la discusión política. La popularidad de su campaña expone la enorme brecha entre la política del establecimiento en EE UU y lo que la gente común piensa y cree.
Comparando las últimas encuestas de opinión mostrando lo que la gente piensa sobre el socialismo parece ilustrar el impacto de que un socialista haya capturado el centro de atención nacional. En mayo, cuando la encuestadora YouGov preguntó la opinión de la gente sobre el socialismo y el capitalismo, los demócratas encuestados favorecieron los dos sistemas lo mismo: el 43 por ciento para cada uno. En octubre, YouGov hizo la misma pregunta, y el socialismo ganó entre los demócratas 49 a 37 por ciento.
La campaña de Sanders ha demostrado que hay una audiencia para las ideas radicales y una apertura para la organización de una alternativa de izquierda independiente al Partido Demócrata. El problema es que Sanders no está ayudando a organizar tal alternativa. Por diferente que pueda parecer a Hillary Clinton, Sanders ha echado su suerte con el Partido Demócrata, y prometió que los apoyará hasta noviembre 2016.
Necesitamos una izquierda que representa una alternativa aquí y ahora. En la arena electoral, eso significa apoyar auténticos candidatos de izquierda. En el Partido Verde, Jill Stein está corriendo una vez más por la nominación presidencial sobre la base de desafiar el estatus quo político.
Apoyar una alternativa electoral tiene que ir de la mano con la construcción de las luchas sociales y la resistencia a la desigualdad y a la injusticia en la sociedad estadounidense.
En 2012, los maestros de Chicago se levantaron con estudiantes y padres de familia para luchar contra lo que parecía un empuje imparable del lucro contra el pueblo, dejando al descubierto las verdaderas prioridades del alcalde demócrata Rahm Emanuel, y demostrando que podían parar la ciudad. En 2014, los residentes de Ferguson, Missouri, se rebelaron contra el asesinato de Mike Brown y llamaron la atención del mundo a la epidemia de la violencia policial racista defendida por el sistema político bipartidista.
Luchas como estas pueden ayudar a desafiar el poder político más allá de la arena electoral, y crear un clima en el que una alternativa política puede ser construida.