Trump y la clase obrera blanca

February 8, 2016

Los medios parecen dar por sentado que Donald Trump se ha ganado el apoyo de una base obrera. Lance Selfa, mira más allá de la impresión.

CADA CUATRO años, en este tiempo, los medios prestan una repentina atención a un grupo social que ellos llaman "la clase obrera blanca", porque comportamiento político, supuestamente, es el factor determinante en las elecciones nacionales.

En el pasado, fueron conocidos como "demócratas por Reagan"; después fueron aquellos "airados hombres blancos" y "los papás NASCAR". Hoy, parecen ser una de las fuerzas que impulsa el apoyo a la campaña racista de Donald Trump por la nominación presidencial republicana.

Escribiendo en el sitio de web derechista, Real Clear Politics, los politólogos David Brady y Douglas Ríos describen a los partidarios de Trump como:

un poco más viejos, menos educados y menos renumerados que el republicano promedio. Poco más de la mitad son mujeres. Alrededor de la mitad tienen entre 45 y 64 años de edad, con un 34 por ciento mayor de 65 y menos de un 2 por ciento menor de 30. La mitad de sus votantes tienen una educación secundaria o menos, en comparación con el 19 por ciento con una licenciatura o un diploma de posgrado. Un poco más de un tercio de sus partidarios ganan menos de $50,000 por año, mientras que el 11 por ciento gana más de $100.000 por año. Queda claro que no se trata de republicanos de club de campo, pero no extremadamente inusuales tampoco.

Donald Trump speaking to supporters at a campaign rally

Esta descripción de los partidarios de Trump, junto con la porquería racista que la campaña ha animado, ha influenciado a algunos liberales a caracterizar a Trump como fascista, mientras otros, como Sean Illing de Salon, prefieren señalar a sus seguidores:

Parece que los blancos están haciendo [lo que] los blancos a menudo hacen cuando las cosas van mal: culpar a la gente de color. El talento de Trump es no tener límites ni vergüenza; ningún imperativo moral aparte de la auto-promoción. Se contenta con avivar las llamas de intolerancia si esto mantiene su circo rodando otro día o dos. La gente hace cosas estúpidas cuando tiene miedo. Y simplemente no hay otro modo de decirlo: votar por Donald Trump es una cosa muy estúpida que hacer. Pero los tiempos son duros, y Trump es el candidato perfecto para explotar eso.

El debate sobre Trump y sus partidarios es una repetición del argumento que Thomas Frank hizo en su libro de 2005, What's the Matter With Kansas? (¿Qué pasa con Kansas?). En su libro, Frank sostiene que el abandono del Partido Demócrata de su política pro-obrera del Nuevo Trato abrió espacio a la derecha para ganar apoyo entre la clase obrera, apelando a posiciones conservadoras sobre el aborto y los derechos de los homosexuales, supuestamente atractivas para la clase obrera.

Ecos de este argumento recientemente aparecieron en Kentucky, donde el candidato ultraconservador Matt Bevin ganó la gubernatura del Estado contra el favorito demócrata Jack Conway. Ante los periodistas, Cale Turner, juez ejecutivo demócrata del Condado de Owsley, dio voz a este argumento:

Para ser honesto con ustedes, un montón de gente en el Condado de Owsley acudió a las urnas y votó en contra del matrimonio gay y el aborto, y como resultado, me temo que votó para deshacerse de su seguro de salud. Era su derecho hacerlo, supongo. Pero es triste. Mucha gente aquí se inscribió con Kynect [el sistema local de Obamacare], les ha ayudado y ha sido una bendición absoluta.

Si en lugar de "matrimonio gay" y "aborto" escribimos "musulmanes" o "ISIS", produciremos la mayoría de los comentarios liberales que hoy se esgrimen para explicar Donald Trump y el apoyo que ha generado. Pero ¿es en realidad la "clase obrera blanca" la base principal de la reacción en este país?


¿De quién estamos hablando?

Primero, la flojera de los medios para definir el objeto de su análisis hace aún más difícil comprender lo que está ocurriendo. Eso es porque los periodistas y comentaristas cambian de manera intercambiable su foco de atención entre "el electorado obrero", "la clase obrera blanca", "los blancos sin título universitario", "las capas bajas ", "papás NASCAR", "mamás por la seguridad" o algo similar. Por eso, identificar qué grupo de personas cuyo comportamiento político debemos analizar es una tarea confusa.

Es importante enfatizar que no estamos hablando de la clase obrera norteamericana en su totalidad. Esa mayoría de la población es multirracial y desproporcionadamente compuesta de gente no blanca. Incluye tanto a hombres como mujeres, personas con diferente identidad sexual, de diferentes religiones (y cada vez más no creyentes), y de diferentes grupos de edad.

Como señaló Andrew Gelman, un estadístico de la Universidad de Columbia, en su libro Red State, Blue State, Rich State, Poor State (Estado Rojo, Estado Azul, Estado Rico, Estado Pobre), aunque los estados más adinerados "se han vuelto más fuertemente demócratas a través del tiempo, el electorado rico ha permanecido consistentemente más republicano que el electorado de más bajos ingresos".

Comencemos, entonces, por enfocarnos en los miembros blancos de la clase obrera. De inmediato, nos tropezamos con más problemas de definición.

Para los comentaristas y los académicos por igual, la definición más común de la "clase obrera blanca" es los blancos sin un título universitario. Sin duda, el nivel de educación está relacionado a qué tipos de trabajos las personas ejecutan, pero la principal razón para adoptar el nivel educacional como un identificador de clase social es conveniencia. Así lo sostiene Andrew Levison, autor del libro The White Working Class Today (La clase obrera blanca hoy), notando que en las encuestas, es mucho más fácil colectar datos sobre educación que sobre ocupación. Considerando esta definición, los "blancos de la clase trabajadora" representan alrededor del 44 por ciento de los que son mayores de 17 años de edad en la población estadounidense.

Será más fácil para los analistas hablar de "blancos sin educación superior", pero a partir de este parámetro es riesgoso generalizar en exceso sobre inclinaciones políticas. Por ejemplo, las encuestas fuera de las urnas en las presidenciales de 2012 mostraron similitud entre blancos con y sin una licenciatura con respecto a su preferencia por Barack Obama; todos ellos votaron por Obama en alrededor del 37-38 por ciento. Sólo los blancos con títulos de postgrado votaron en su mayoría (52 por ciento) por Obama.

El politólogo de Princeton, Larry Bartels, señala que los blancos no licenciados que ocupan el tercio más bajo de la distribución del ingreso han sido más propensos a votar por los demócratas en las últimas décadas. Bartels concluye que la mayor parte del giro republicano que tuvo lugar entre los blancos no licenciados tuvo lugar en el Sur, pero esto fue verdad también para las capas medias y los más ricos.

Un punto más: La parte de la población que no tiene títulos universitarios también está compuesta en mayor medida por personas mayores, que tienden a ser culturalmente más tradicionales.

Para un comentarista del establecimiento, sin embargo, cada trabajador blanco es fácilmente encasillado en la "base" conservadora, con todos los estereotipos que esa imagen implica: fanáticos de NASCAR, armados hasta los dientes, y oyentes diarios de Rush Limbaugh. Pero cuando miramos más allá de la caricatura, la realidad es mucha más variada.

A primera vista, el fenómeno de conservadurismo dentro de la clase trabajadora no es tan difícil de comprender. Así como hay multimillonarios liberales como George Soros o Tom Steyer, hay trabajadores que se identifican como conservadores. Incluso en el apogeo del liberalismo del Partido Demócrata, un sólido 35-40 por ciento de los trabajadores, incluidos trabajadores sindicalizados, dio su apoyo a los republicanos en las elecciones.

Aún más, "la estrategia sureña" de utilizar propaganda con un sutil racismo, usada por los republicanos en los años 1970, tuvo como objetivo, en parte, ganarse capas de trabajadores blancos para oponerse al gasto en pobres 'no merecedores', redefinido en el ojo público para significar los negros pobres.

Pero hay mucho más en la realidad de lo que es admitido por el sentido común expresado en los medios.

Por ejemplo, el grupo de "los blancos no licenciados", que no se identifican como hispanos o latinos, suma más de 104 millones de personas de 18 años o más, de acuerdo con cifras del Censo de Estados Unidos. Dentro de ese grupo, la mayoría son mujeres, e incluye toda la gama de experiencias laborales.

Según los cálculos de Levison, aproximadamente la mitad de los hombres blancos no universitarios trabaja en lo que tradicionalmente se conocen como "trabajos manuales", mientras que la otra mitad trabaja en empleos "de cuello blanco". Para las mujeres blancas sin título universitario, la división es de aproximadamente 3 a 1 en favor de trabajos "de cuello blanco".

Además, Levison agrega:

Muchos trabajadores son ahora también pequeños empresarios. En las grandes ciudades se puede caminar por grandes sitios de construcción donde trabajan cientos de albañiles sindicalizados, pero en el sector de construcción o reparación de hogares o pequeños negocios, se ve al contrario una colección de camionetas y furgonetas con letreros de contratistas independientes estampados sobre su chasis.

Tal distinción ocupacional dentro de la amplia categoría de los "blancos no hispanos sin licenciatura" significa que un número importante de personas en este grupo no perciben las cuestiones políticas desde la perspectiva del trabajador, sino desde la perspectiva del pequeño empresario.

Incluso teniendo en cuenta esto, como Levison nota en su investigación, las actitudes de este grupo hacia la religión, la inmigración y la intervención militar están fuertemente polarizadas entre una minoría intolerante y militarista de alrededor del 25 por ciento o menos y una mayoría mucho más tolerante y de mente abierta.

Working America (América Trabajando), el brazo comunitario de la AFL-CIO, tiene mucha oportunidad para discutir temas sociales y políticos con la clase obrera estadounidense durante sus campañas de proselitismo electoral. Su actividad contribuyó a la movilización de la clase trabajadora de Ohio para derrotar el intento del gobernador John Kasich de debilitar los derechos sindicales en el Estado, en 2011.

Un memorando interno de Working America citado por Levison describe el panorama de este público: "Un tercio de las personas con las que hablamos está con nosotros. Un tercio jamás estará con nosotros. El reto es alcanzar el tercio del medio".

En referencia a la actual elección presidencial, el tercio "con nosotros" sería los principales partidarios de los candidatos como Bernie Sanders y Hillary Clinton, mientras que el tercio que "jamás estará con nosotros" podría ser parte de la base del Partido Republicano, con el tercio de medio en juego.


¿Por qué alguien apoyaría a Trump?

Entonces, la "clase obrera blanca" es mucho más diversa en sus opiniones políticas que el estereotipo mediático. Sin embargo, también es cierto que al menos una parte de ese grupo ha, aparentemente, gravitado hacia la candidatura reaccionaria y xenófoba de Trump.

Pero, ¿por qué una parte del electorado obrero apoyarían a un multimillonario fanfarrón y a un partido cuya política económica sirve las corporaciones estadounidenses y a los muy ricos? Para muchos liberales, este fenómeno es, en el mejor de los casos, incomprensible o, en el peor, una evidencia más que confirma su sospecha de que gran parte del electorado estadounidense es presa fácil del engaño.

Trump está apelando a la inquietud de sus partidarios de que EEUU está en declive, y que los principales culpables de esto son los inmigrantes, los musulmanes, o el gobierno chino, y de aquellos en el país que no son lo suficientemente "fuertes" para contenderlos. Trump ofrece la promesa hueca de "hacer América grande otra vez".

Aunque este relato sea falso, tiene resonancia porque hace eco en la experiencia de un gran sector de la población estadounidense que ha sufrido varias décadas de estancamiento o disminución de su nivel de vida y de expectativas frustradas.

Esta realidad ha sido apenas oculta por muchos años. Como mostró un reciente informe del Centro Pew, la clase media estadounidense ha disminuido durante el transcurso de los últimos 40 años. Entre 1970 y 2014, la porción del ingreso total de los hogares definidos como de ingresos medio se ha reducido del 62 al 43 por ciento. Hoy, el 21 por ciento más rico de la población controla un poco menos de la mitad del ingreso total.

Los grupos que han experimentado el declive más profundo, según Pew, son aquellos sin un título universitario. Las personas con sólo un diploma secundario son hoy dos veces más probable de pertenecer a lo que Pew llama el sector de "hogares con bajos ingresos" que en 1971.

Aunque el grupo ocupacional con la mayor pérdida en la distribución de ingreso desde 1971 es el eslabón docente, presumiblemente la mayoría de ellos con al menos una licenciatura, el resto de las ocupaciones cuyo ingreso ha caído más son las tradicionalmente consideradas como "de cuello azul" o "de cuello rosa", o puestos de trabajo que en su mayoría requieren un diploma de secundaria o un título politécnico de dos años: ventas, servicios administrativos, transporte, mecánicos y reparadores, y operadores.

Si bien el informe de Pew no analizó los grupos laborales o de educación por raza u origen étnico, es notable que tanto los hogares blancos y negros experimentaron una movilidad ascendente en ese período, mientras que los hogares latinos resultaron más pobres y los inmigrantes no experimentaron ningún cambio en su posición relativa en la distribución del ingreso de Estados Unidos.

Estadísticas como éstas exponen lo absurdo de culpar a los latinos e inmigrantes por la disminución del nivel de vida de la clase trabajadora, en contraposición a los "gerentes y ejecutivos", quienes ganaron un montón de riqueza, según Pew.

Al mismo tiempo, ellas muestran por qué la narrativa de Trump sobre el declive estadounidense puede encontrar una audiencia; los estándares laborales y condiciones de vida de muchos en el medio de la escala de ingresos han empeorado.

Para millones de estadounidenses, la experiencia cotidiana de los últimos 40 años ha sido lo que el autor Henry David Thoreau una vez llamó, en el siglo 19, "desesperación silenciosa". Más recientemente, las economistas Anne Case y Angus Deaton llamaron la atención dramáticamente sobre este punto.

Resumiendo su conclusión, Case y Deaton demostraron que los blancos no hispanos de mediana edad (45-54) experimentaron una fuerte disminución en la esperanza de vida entre 1999 y 2013, con una gran parte de la disminución explicada por suicidios y abuso de drogas y alcohol. Aquellos con educación secundaria o menos representaron la mayor parte de esta disminución. Cada otro grupo racial o étnico en EEUU o los países europeos que Case y Deaton analizaron experimento un aumento en la esperanza de vida en el mismo período.

Las explicaciones de estos resultados ya se dejan oír. Pero es posible que la estadística de la disminución de los ingresos y el aumento en las tasas de mortalidad expliquen la sensación de que el mundo está de cabezas para millones de estadounidenses.

Algunos comentaristas incluso han comparado las conclusiones de Case y Deaton al aumento en el alcoholismo y la muerte prematura experimentada en Rusia en la década de 1990, tras el colapso de la Unión Soviética y de la economía rusa, como consecuencia de las políticas de libre mercado conocidas como "tratamiento de choque".

Estas observaciones dan contexto a la durable conclusión de las encuestas de opinión pública de los últimos años que los blancos son los más pesimistas en EEUU, y los más propensos a creer que el país "va por mal camino".

No hay duda alguna que este sentimiento viene, en parte, de los republicanos, y que también refleja el racismo contra el primer presidente afroamericano del país. Pero debe quedar claro que hay tendencias sociales y económicas mucho más amplias en juego. Y el mensaje de Trump es un grito a los desesperados.


Una mejor pregunta: ¿Cuál es el problema con los demócratas?

En la víspera asumir como presidente, la popularidad de Barack Obama era cercana al 80 por ciento, mayor a la recibida por los últimos dos presidentes. Un gran número de estadounidenses tenían altas expectativas para su administración.

Una encuesta publicada por USA Today mostró que siete de cada 10 personas creían que el país estaría mejor tras el primer mandato de Obama. La derecha parecía pequeña e irrelevante para la mayoría de los estadounidenses. El Partido Republicano parecía estar condenado a pasar años en el "desierto" político.

Dos años más tarde, los desacreditados e irrelevantes republicanos obtuvieron una aplastante victoria en las elecciones legislativas de 2010. Después de la reelección de Obama en 2012 y un nuevo revés para el Partido Republicano, los republicanos aumentaron su dominio sobre el Congreso y las legislaturas estatales en 2014.

El triunfo republicano ha sido tan amplio que el partido obtuvo una amplia mayoría de los gobernadores y del mayor porcentaje de escaños legislativos estatales desde 1928. Desde sus posiciones de poder, el Partido Republicano ha sido capaz de llevar a cabo un arrollador ataque contra los derechos sindicales, los derechos reproductivos y la asistencia a los pobres.

Mientras tanto, la administración Obama será recordada por el rescate de la economía de un colapso similar a la Gran Depresión, pero esto lo hizo dando prioridad a salvar a los bancos, empujando una agenda de austeridad y la profundización de las políticas económicas neoliberales de los últimos 40 años. Por esa razón, los niveles de vida para la mayoría de la clase obrera todavía no han regresado a los niveles reinantes antes de la recesión.

Y a pesar que durante sus campañas electorales se llenaron las bocas hablando de los derechos sindicales (¿Recuerda el Acta de Libre Opción del Empleado?) y calificando la desigualdad de ingresos como "el desafío de nuestros tiempos", Obama y los demócratas hicieron poco o nada por ambos.

De hecho, algunas de sus políticas, como el "impuesto Cadillac" de Obamacare, que penaliza los planes de seguro de salud de los sindicatos, o la "Carrera a la Cima" en educación, son diseñadas para desbaratar las ganancias y poder sindicales.

Está bien documentado que los hogares sindicales son mucho más propensos a apoyar las políticas económicas liberales, y que los miembros de los sindicatos son más propensos a aceptar la solidaridad entre grupos de distintas razas e identidades étnicas que los trabajadores no sindicalizados. En 2012, en estados como Ohio y Wisconsin, hogares blancos con miembros sindicales votaron abrumadoramente por Obama, mientras que los hogares no sindicalizados votaron por el republicano Mitt Romney.

La debilidad de los sindicatos, no sólo en términos de la organización colectiva, sino además en su capacidad para resistir los ataques neoliberales, ha contribuido a la atomización de los trabajadores y la sensación de que "nada se puede hacer", explotada por demagogos como Trump. Y mientras que los demócratas parecieran tener un interés en la promoción de los sindicatos y las políticas que refuerzan la solidaridad social (como hacer el acceso al cuidado médico un derecho humano), ellos han, al contrario, demostrado que prefieren recaudar dólares de Wall Street.

Otra pieza de evidencia que aclara esto: Cuando el movimiento Ocupa Wall Street, de 2011, inyectó en la conciencia de masas la poderosa idea de que el "Uno Por Ciento" más rico y poderoso era el enemigo del "99 Por Ciento", el gobierno de Obama no lo abrazó. En cambio, su Departamento de Seguridad Nacional coordinó el plan para limpiar el movimiento de las calles.

Esto no debiera ser sorpresa alguna. El Partido Demócrata es, después de todo, "el segundo más entusiasta partido capitalista de la historia", como lo calificó Kevin Phillips, un ex estratega republicano.

Para la izquierda, el mayor desafío puede que no sea estar perdiendo la clase obrera a la derecha, sino el compromiso de los demócratas con el estatus quo empuja a más y más gente a concluir que nada va a cambiar, no importa lo que hagan, en los colegios electorales o en cualquier otro ámbito.

Un análisis de quiénes votaron, y quiénes no, en las elecciones legislativas de 2014, donde los blancos formaron el 57 por ciento del total, mostró que los más pobres, quienes apoyan una red de seguridad social, fueron quienes más se abstuvieron de votar. Aquellos un escalón más arriba, más propensos a estar de acuerdo con la opinión de que el gobierno da beneficios a los indignos, con el obvio componente racial que ese punto de vista implica, fueron más probables de llegar a las urnas.

Esta asimetría en el electorado explica mucho más convincentemente por qué los estados con poblaciones pobres han elegido a cargos públicos a derechistas, desplazando la simplista opinión liberal que considera a la gente trabajadora como idiotas que "obtienen lo que merecen".

En una entrevista de fin de año con el periodista Steve Inskeep, de la Radio Pública Nacional, Obama reconoció que Trump "se está aprovechando" de "la ira, la frustración y el miedo". Y su descripción de la fuente de esta ira y la frustración es más o menos precisa. Pero su estoico aire académico fue revelador:

Si tú vives en una ciudad que históricamente ha dependido del carbón y ves los empleos mineros disminuir, probablemente serás más susceptible al argumento de que he estado destruyendo la economía en tu área... No importa si te digo que probablemente sea porque el gas natural es mucho más barato ahora, por lo que no es rentable construir plantas de carbón. Si alguien te dice que esto es debido a la guerra de Obama contra el carbón, bueno, ya sabes, eso es un argumento con el cuál puedes simpatizar.

De este modo el presidente que dio rienda suelta a la fracturación hidráulica a lo largo del país le dice a miles de obreros estadounidenses que la economía les ha hecho obsoletos, y no hay nada que puedan hacer al respecto. No hay siquiera un indicio de otra promesa olvidada de Obama, la de millones de "empleos verdes".

Bernie Sanders reconoce que hay un problema con el enfoque de Obama, y su mensaje izquierdista es popular con millones de personas. Por desgracia, ya ha prometido apoyar a quien los demócratas nominen para la presidencia, presumiblemente Hillary Clinton.

Los demócratas se complacen en que los bien documentados cambios demográficos que están creando un país más multirracial, más tolerante y menos religioso les ayudarán a derrotar a Trump o a cualquier otro reaccionario que obtenga la nominación republicana. También parecen creer que con el tiempo terminarán con una duradera mayoría, aunque hay mucha más evidencia que sugiere que los republicanos mantendrán el control del Congreso y de las legislaturas estatales en noviembre 2016.

Los demócratas pueden tener razón acerca de la carrera presidencial de 2016. Pero si continúan llevando a cabo las políticas que disminuyen el estándar de vida para millones de trabajadores y, sobre todo, si los sindicatos y las organizaciones liberales que movilizan apoyo a los demócratas fallan a desafiar esas políticas, el fenómeno de Trump puede ser una señal de que lo peor aún está por venir.

Traducido por Orlando Sepúlveda

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