Trump, fascismo y mal menor

April 5, 2016

La izquierda debe tener cuidado en cómo describe lo que Trump representa, y estar clara de que su agenda no será detenida votando por el mal menor.

LA CAMPAÑA de Donald Trump ha puesto la política estadounidense, y en especial la del partido favorito de las corporaciones, de cabeza.

También plantea preguntas para la izquierda. ¿Es Trump un derechista típico? ¿Ha cruzado la línea hacia el fascismo, como algunos en la izquierda y derecha han argumentado? ¿Qué implicaciones tiene esto en cómo nos organizarnos? ¿Cómo Trump y el trumpismo afectarán el inevitable llamado a votar por el "mal menor" en noviembre?

Cómo respondemos a estas preguntas es importante. Si Trump tiene éxito en obtener la nominación presidencial republicana, habrá mucha presión para evitar incluso criticar al aspirante demócrata. Cualquiera que levante una alternativa de izquierda, independiente al sistema bipartidista, será acusado de arriesgar una catástrofe política.

El temor a una administración Trump es comprensible, pero es importante aclarar que él no es un fascista. La izquierda, en particular, debe entender esto para así poder resistir mejor la presión del establecimiento liberal a apoyar un mal no tan menor.

Donald Trump

El deseo generalizado de repudiar la política e intolerancia de Trump es positivo. Pero los socialistas debemos insistir en que votando por el "mal menor" nunca ha detenido la agenda de la derecha. El mal menor demócrata está tan comprometido en la defensa del estatus quo político y social como los republicanos, razón por la cual se acomodan y conceden a la derecha a cada paso.

La forma de detener y luego revertir la arremetida derechista es construir, organizar y movilizar el poder de la izquierda; eso es, avanzar alternativas políticas que contrarresten la desesperación y el engaño que alimentan a la derecha. Y significa construir acción, como la protesta que desafió la virulencia de Trump en Chicago y otras, para fortalecer nuestro lado en desafiar la opresión y la injusticia.


EL APOYO que sostiene a Trump no salió de la nada. Él sólo está tomando ventaja del continuo uso que el Partido Republicano ha hecho de la intolerancia y el racismo, especialmente la histeria anti-inmigrante y la islamofobia, para construir apoyo entre su base.

Trump ha sido particularmente eficaz en jugar con el amargo descontento que la mayoría de los estadounidenses tiene por la disminución en sus niveles de vida. En realidad, la Gran Recesión y sus secuelas afectó más a aquellos que Trump culpa. Pero la mayoría blanca, también, han experimentado la caída del ingreso, peor acceso a la atención médica, la pérdida de sus pensiones y de la seguridad social.

El apoyo que fluye hacia Trump desde un sector de los desposeídos refleja desesperación, la sensación de que el gobierno no vela por sus intereses y que los políticos están desconectados de su realidad.

Este sentimiento está basado en la realidad. Barack Obama llegó la Casa Blanca con promesas de cambio, pero persiguió la misma agenda neoliberal que ha fracasado para todo aquel que no es rico.

Cuando los bien remunerados comentaristas tratan de explicar el apoyo a Trump, su elitismo se deja mostrar. Ellos pintan la imagen de una clase obrera blanca que se deja engañar fácilmente y que está sedienta por la sangre de los chivos expiatorios que Trump les ofrece. Para ellos fascismo se reduce a un líder carismático que puede hechizar al público con ideas retrógradas.

Pero Trump no necesita engañar a la clase obrera estadounidense en pensar que sus condiciones de vida se han deteriorado. Y las figuras que representan el establecimiento político en Washington no tienen nada que ofrecer a la audiencia capturada por Trump, excepto la amenaza de que lo peor aún está por venir. Sólo un auto-proclamado socialista, Bernie Sanders, pudo proporcionar una más esperanzadora alternativa, y una fuente más de confusión para los medios de comunicación.

Trump conecta con algunas de las mismas fuentes de descontento, pero su mensaje es uno de desconfianza al otro, no de solidaridad.

Por ejemplo, Trump alcanzó nuevos bajos en su odio islamofóbico, animando a otros a seguir su ejemplo. Después del ataque terrorista en Bruselas, no sólo Trump demandó el cierre de las fronteras y propuso el uso de la tortura, sino que además Ted Cruz declaró que la policía debiera "patrullar y asegurar los barrios musulmanes antes que se radicalicen".

Grandilocuencia electoral, por cierto, pero el pasado reciente nos enseña que la retórica llena de odio de los líderes políticos tiene un efecto real, uno que puede ser medido en el aumento de los ataques físicos contra musulmanes y árabes.


TRUMP Y el trumpismo son peligrosos. Él está legitimando ideas racistas y reaccionarias, y contribuyendo a la polarización hacia la derecha de la sociedad estadounidense.

Pero en el interés de sonar la alarma, algunos de la izquierda cometen un error en llamar a Trump un fascista. La etiqueta hace poco para describir lo que realmente Trump representa, y es un obstáculo para nuestro lado organizar contra esa agenda.

Para empezar, no obstante la aterradora violencia de algunos partidarios de Trump, aún es nada en comparación con las fuerzas paramilitares asociadas con los movimientos fascistas, ya sea del pasado, como los nazis de Alemania, o en el presente, como Amanecer Dorado en Grecia.

Además, una característica central de las organizaciones fascistas es su disposición a prescindir de las normas democráticas básicas, como las elecciones, a menudo con el apoyo de un sector de la burguesía. La campaña de Trump no muestra signos de esto, y ciertamente no tendría, a este punto, el apoyo de ningún sector importante del capital, si lo hiciera.

La intolerancia de Trump nos recuerda a demagogos derechistas como George Wallace, así como de algunas figuras que si fueron fascistas. Pero sus ideas todavía caben dentro de los confines de la derecha del Partido Republicano, particularmente como ha tomado forma durante los años Obama.

Por décadas, los republicanos han usado varios medios para obtener apoyo popular para una agenda reaccionaria y anti-obrera, como los antiabortistas y los histéricos oponentes de la igualdad matrimonial movilizados por la derecha religiosa. Más recientemente, el partido alentó al fenómeno del Tea Party, un falso "movimiento de base" dirigido contra el "gran gobierno", con una clara política anti-inmigrante, anti-mujer y racista.

Multimillonario y celebridad televisiva, la de Trump no luce como las campañas tradicionales del GOP, pero si hay operarios veteranos de la derecha republicana entre sus asesores. Por ejemplo, el matonesco director de campaña de Trump, Corey Lewandowski, quien recientemente fue grabado en un video ayudando a brutalizar a un manifestante anti-Trump, trabajó para los hermanos Koch en Americanos por la Prosperidad, la principal fuente de apoyo para el Tea Party y de las figuras políticas que de ahí emergieron.

El punto es que el establecimiento republicano, tanto como pueda despreciar Trump, abrió la puerta para que su campaña se apoderara de la base del partido. Trump debe ser visto como una criatura del Partido Republicano, una que sus líderes quisieran mantener encerrada, pero que no pueden negar.


SI IMPORTA cómo clasificamos a Trump, ya que hace una diferencia en la forma en que nos oponemos a él y a los que representa.

Algunos en la izquierda ya están entrando en pánico sobre el supuesto fascismo de Trump, y ya tienen una respuesta a la amenaza, y sólo una: apoyar al candidato presidencial del Partido Demócrata, presumiblemente Hillary Clinton.

Considere el reciente comunicado difundido por algunas organizaciones liberales, incluyendo MoveOn.org, Color de Cambio, Greenpeace y Trabajos con Justicia, pidiendo a otros grupos a comprometerse ahora a votar contra Trump:

Se trata de un gran siniestro para nuestra democracia. Alguien que alienta el odio y que incita abiertamente a la violencia probablemente será el candidato presidencial de uno de los dos principales partidos de nuestra nación. Esto es alarmante y peligroso.

¿La solución?

Un renacimiento electoral. Sabemos que la mayoría de los estadounidenses rechazan el odio y el racismo. Si votamos, detenemos a Trump, y mostramos que nuestro país es mejor que esto.

Según el comunicado, algunas protestas están bien, aunque no necesariamente las que confronten a Trump. En realidad, la forma más eficaz de organizar contra el trumpismo es votar por los demócratas.

A este punto, esto casi por seguro significa Hillary Clinton. En cuanto a quienes apoyan a Bernie Sanders porque odian la dirección en que Clinton y otros líderes demócratas llevaron al "partido del pueblo", los comentaristas liberales ya están apilando su desdén por los "puristas" que se atrevan a seguir sus ideales, y no votar por Clinton. Como Joel Bleifuss escribió en In These Times:

Sin duda, los partidarios de Clinton votarían por Sanders. Pero ¿estarán los revolucionarios políticos de Sanders dispuestos a aceptar un compromiso político y hacer causa común con aquellos con los que difieren... estarán dispuestos a votar por Clinton?

¿Será esta buena gente, gente de principios, tan tonta como para no hacerlo? Uno no tiene más que mirar la candidatura de Ralph Nader en 2000, la que fue aceptada por muchos en la izquierda que no vieron diferencia alguna entre Al Gore y George W. Bush, y por lo tanto no tuvieron problema alguno para emitir su voto por Nader, lo que tuvo el mismo efecto que la abstención y por lo tanto pasivamente votar por Bush.

Los que apoyamos la campaña presidencial independiente de Nader, recordamos que sí vimos la "diferencia" entre Gore y Bush, pero también vimos la gran y refrescante diferencia que significó poder votar por una verdadera alternativa de izquierda, en contra del sistema bipartidista de Estados Unidos.

Pero, así como noviembre se acerca, prepárese para retórica como esta. El mensaje se reduce a esto: No es culpa de los demócratas como Gore y Clinton por hacer tan poco para ganarse el apoyo de la izquierda; es culpa del electorado no entusiasmarse en votar por alguien representa lo que ellos creen.

Y los partidarios Sanders pronto podrían estar escuchando este mensaje de Sanders mismo, quien ya dijo, temprano en la campaña, que apoyaría al candidato demócrata, incluso en contra de una opción de izquierda como Jill Stein, del Partido Verde, que es más cercana a las posiciones de Sanders. La candidata demócrata casi por seguro será Hillary Clinton, símbolo del estatus quo contra el que sus partidarios se rebelaron.


EN UN artículo escrito hace casi medio siglo, el socialista estadounidense Hal Draper resumió el caso clásico de votar por el mal menor; uno que de hecho involucró a un fascista:

En la elección presidencial de 1932, los nazis corrieron a Hitler, y los principales partidos burgueses corrieron a Von Hindenburg, el general que representaba el ala derecha de la República de Weimar, pero no el fascismo. Los socialdemócratas, quienes lideraban un masivo movimiento laboral, no tenían duda alguna sobre qué era práctico y realista, y qué era "fantasía utópica": por lo que apoyaron a Hindenburg como el obvio mal menor. Ellos rechazaron con desprecio la propuesta revolucionaria de correr un candidato independiente contra las dos alternativas reaccionarias...

Así, el mal menor, Hindenburg, ganó; y Hitler fue derrotado. Después de lo cual el presidente Hindenburg nombró a Hitler a la cancillería, y los nazis comenzaron a tomar el poder.

El caso clásico es que la gente votó por el mal menor y obtuvo ambos.

Si Hillary Clinton es elegida presidente, es poco probable que nombre a Donald Trump para nada. Sin embargo, una dinámica similar ha jugado en la política de Estados Unidos en las últimas décadas, aunque no de una manera tan dramática.

Piense en todas las expectativas invertidas en Barack Obama cuando se postuló para presidente en 2008, con su promesa de traer cambios fundamentales a Washington.

¿Cuál fue el resultado? Obama adoptó el mega-rescate financiero de Wall Street propuesto por la administración Bush después de la crisis de 2008, mientras olvidaba a los dueños de casas enfrentando evicción. Continuó la "guerra contra el terrorismo" de Bush con algunos cambios tácticos y estratégicos. Deportó a más inmigrantes indocumentados en un tiempo más corto que Bush. Aceleró la deforma corporativa de las escuelas.

La lista podría seguir, pero la razón fundamental de este resultado es la siguiente: Sin movimientos sociales fuertes, independientes de los dos partidos mayoritarios y decididos a luchar por su propio programa, los demócratas saben que pueden tomar por sentados a sus partidarios de base, por lo que se sienten cómodos moviéndose hacia la derecha para ganarse el favor con la élite empresarial y política que realmente mueve los hilos en el partido.

Como escribió Draper hace 50 años, votar por el mal menor para detener el mal mayor, por lo general resulta en obtener una combinación de ambos.


ES POSIBLE desafiar y derrotar la agenda derechista de Trump, pero eso no va a ocurrir mediante el apoyo a un candidato que representa el estatus quo que lo generó. Va a ocurrir tras la organización de aquellos que quieran cambiar el estatus quo, y su movilización en protestas y acciones para hacer retroceder a la derecha y avanzar la izquierda.

Así ocurrió en Chicago a comienzos de marzo, cuando varios miles de personas se presentaron para hacer frente a Trump y obligándolo a cancelar su mitin. Los manifestantes estaban unidos en su deseo de hacer frente al racismo y a la extrema derecha, y tuvieron los números para ser exitosos.

Posteriormente, los demócratas como Clinton mostraron sus verdaderos colores, condenando a los partidarios racistas de Trump y a los manifestantes en su contra por igual. El coro de críticas incluyó Barack Obama, quien calificó las acciones de los manifestantes "erróneas".

Sí, el mismo Barack Obama que, mientras corría para presidente en 2008, dijo: "Creo que el cambio no sucede de arriba hacia abajo. Sucede de abajo hacia arriba".

Por el contrario, las protestas dieron a los miles de personas que participaron, y a los millones entusiasmados que vieron las imágenes en vivo o leyeron los reportes después, una mayor confianza en que el odio y la opresión puede ser combatidos.

Eso es un paso importante para la construcción de un movimiento que pueda hacer frente a la derecha consistentemente y con éxito, y que pueda movilizarse cuando no es la derecha republicana, sino la "izquierda" demócrata, la responsable de la injusticia y la desigualdad.

Traducido por Orlando Sepúlveda

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