¿Alfombra roja para el imperio?
Khury Petersen-Smith analiza el resultado de la visita de Donald Trump a Asia.
HACIA EL final de su gira de once días por Asia y el Pacífico, Donald Trump utilizó Twitter para insultar al líder norcoreano Kim Jong-Un. Aparte de este acto, casi podían oírse los suspiros de alivio --tanto entre los planificadores del viaje en la Casa Blanca como en los cinco países extranjeros que visitó-- por el hecho de que todo se desarrolló casi sin incidentes.
Entre la incapacidad de Trump para comportarse como es debido incluso en el país que preside, y no digamos ya en el extranjero, y las crecientes amenazas apocalípticas de su gobierno con respecto a la península coreana en los meses que precedieron al viaje, el imperio estadounidense, sus aliados y quienes le apoyan en los medios de comunicación de EE UU y otras partes tenían motivos para estar preocupados de que esta gira diplomática pudiera resultar todo menos eso, diplomática.
Sin duda la decisión de los planificadores de descartar una visita de Trump a la zona desmilitarizada entre Corea del Norte y del Sur formó parte de este esfuerzo. Esta visita habría ofrecido a Trump la oportunidad de amenazar directamente a Corea del Norte, como hizo el vicepresidente Mike Pence cuando acudió al lugar en abril y declaró que "la época de paciencia estratégica ha terminado", anunciando una actitud más agresiva hacia el régimen. Sin embargo, las amigables sesiones fotográficas en Tokio, Seúl, Pekín, Hanoi y Manila pretendían correr un tupido velo sobre el hecho de que EE UU y sus aliados han estado maniobrando con consecuencias violentas, sentando las bases para una escalada.
Que los líderes asiáticos hayan desplegado literal y figuradamente la alfombra roja para recibir a Trump a pesar de que éste hubiera insultado a Kim --por no mencionar que el propio presidente, su ministro de Defensa y la embajadora de EE UU ante las Naciones Unidas han hablado abiertamente de la "destrucción total" y la "aniquilación total" de Corea del Norte-- ya lo dice todo. Por tanto, vale la pena tomar nota de lo que EE UU y otras potencias de la región han dicho y hecho, así como de los actos de resistencia.
MÁS ALLÁ de la retórica belicosa de Trump con respecto a Corea del Norte, EE UU ha dado una serie de pasos encaminados a calentar el ambiente. Para empezar, la Fuerza Aérea estadounidense se prepara para poner de nuevo en alerta durante las 24 horas del día bombarderos armados con bombas nucleares.
Washington también ha logrado que Naciones Unidas imponga sanciones más duras a Corea del Norte, ha realizado las habituales maniobras militares conjuntas con el ejército surcoreano, en las que se han simulado ataques contra el Norte, y ha hecho que bombarderos suyos sobrevuelen la península coreana, todo ello mientras el régimen de Kim Jong-un llevaba a cabo pruebas intermitentes de lanzamiento de misiles y ensayos nucleares.
EE UU y Corea del Sur han proseguido con la instalación de componentes del sistema antimisiles THAAD (por sus siglas en inglés--Terminal High Altitude Delivery Defense) en Seongju durante el mes de septiembre, pese a que el presidente liberal Moon Jae-in había criticado el sistema antes de asumir el cargo y a la suspensión temporal del despliegue a raíz de las manifestaciones de protesta durante el verano.
Mientras tanto, las elecciones del mes pasado en Japón dieron la victoria al primer ministro conservador saliente, Shinzo Abe y su Partido Liberal Democrático. Abe aprovechará el nuevo mandato para intentar que se revise el artículo 9 de la constitución japonesa con el fin de permitir a Japón aplicar una doctrina militar más ofensiva. Feliz de poder celebrar el triunfo de su aliado durante su estancia en Tokio, Trump dijo, refiriéndose a Abe y los misiles norcoreanos, que "los tumbaremos del cielo cuando [Japón] culmine la compra de un lote de equipos militares de EE UU". Abe contestó señalando que Japón ya compra muchas armas a EE UU.
Mientras que las relaciones formales entre EE UU y Filipinas se deterioraron bajo la presidencia de Rodrigo Duterte durante el mandato de Barack Obama --Duterte llegó a amenazar con cambiar de orientación geopolítica para apartarse de EE UU y acercarse a su rival, China--, Trump disfrutó de una cálida recepción en Manila. En efecto, al margen de las fricciones entre Obama y Duterte, los militares estadounidenses y filipinos, junto con los australianos, continuaron colaborando en maniobras y operaciones conjuntas, especialmente en la isla de Mindanao, en la que Duterte ha declarado la ley marcial. Durante su visita, Trump reafirmó su apoyo a Duterte, culpable del asesinato de miles de personas a través de la violencia policial so pretexto de la "guerra contra las drogas". Con respecto esta campaña, una transcripción filtrada y publicada en The Washington Post revela que Trump le dijo a Duterte a comienzos de año que estaba realizando un "trabajo increíble".
Si Trump está satisfecho con la presencia militar estadounidense en el Pacífico y con el hecho de que los aliados asiáticos estén impulsando la militarización en colaboración con EE UU, bien puede agradecérselo a los esfuerzos del gobierno de Obama que le precedió. Al lanzar el llamado "pivot to Asia" (giro a Asia), Obama trató de desviar la atención de la potencia militar y política estadounidense de Oriente Medio y Asia Central para centrarla en la región del Pacífico. Hillary Clinton, la entonces secretaria de Estado, proclamó en su día el "siglo Pacífico de EE UU". Además de desplazar más fuerzas navales y aéreas a la región, Clinton supervisó la llamada "diplomacia avanzada" para reforzar los lazos políticos y económicos de EE UU como complemento de la cooperación militar.
EN LA reunión de la APEC (por sus siglas en inglés--Asia-Pacific Economic Cooperation) en Vietnam, Trump reiteró la retórica de "EE UU primero" de su campaña electoral. "No dejaremos que nadie se aproveche más de EE UU", fanfarroneó. Mientras manifestaba esta curiosa visión --como si EE UU fuera un pordiosero económico, acosado por tratados de comercio multilaterales--, los ministros de otros países asistentes al cónclave avanzaron en la creación de un acuerdo comercial regional (Trans-Pacific Partnership, TPP) sin EE UU, como señalaron numerosos medios.
El TPP, que pretendía juntar a países de la cuenca del Pacífico en un bloque económico que excluyera a China y estaba basado en cláusulas secretas y leoninas, negociadas entre bastidores, estaba llamado a ser el tratado comercial estrella de la era Obama, pero Trump lo condenó al declarar oficialmente que EE UU no participaría. Los negociadores reunidos en Vietnam anunciaron a bombo y platillo un acuerdo sobre partes fundamentales del TPP-sin-EE UU, pero solo para reconocer más tarde que las conversaciones habían fracasado debido a las dudas de Canadá de seguir adelante.
Tanto la voluntad de los demás países de intentar crear el TPP sin EE UU como su incapacidad para hacerlo en este momento arrojan luz sobre el complicado panorama de la región. Ironías de la historia, fue Xi Jinping, presidente de China, el adalid de los acuerdos comerciales multilaterales en Asia durante la reunión de la APEC. En China, pese a que Trump insistió en que Xi presione a Corea del Norte para que suspenda su programa nuclear, ambos líderes gozaron de un encuentro más bien cálido en Pekín. Al brindar por la firma de contratos comerciales por valor de 250 000 millones de dólares entre los dos países, Trump declaró que el desequilibrio comercial entre ellos es insostenible, pero que él no "culpa a China". Xi, quien proclamó en el congreso del Partido Comunista Chino del mes pasado el comienzo de una nueva era de la potencia china, sigue adelante con la iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda, que implica todo un conjunto de negociaciones económicas en la región y más allá.
EN CONJUNTO, la dinámica de militarización --que EE UU y sus aliados han estado impulsando durante años-- continuará tras el viaje de Trump. Cabe decir lo mismo del creciente poderío económico y político de China, que seguirá planteando desafíos a EE UU y Japón. Sin embargo, este no es el cuadro completo. Un factor importante que acecha entre bastidores cuando Trump garantiza a los aliados de EE UU su apoyo militar es la capacidad real de sus fuerzas armadas. Por ejemplo, la VII Flota, con base en Yokosuka, Japón, y cuya zona de responsabilidad se sitúa en el Pacífico, ha registrado una serie de colisiones navales este año, en dos de las cuales murieron personas. Mientras que el comandante de la flota, el vicealmirante Joseph Aucoin, fue depuesto de su cargo en agosto después de los incidentes, parece que los mismos son consecuencia de que el personal de la flota no da abasto desde que la armada estadounidense ha intensificado su actividad en la región.
La sensación resultante de baja moral y exceso de trabajo también se puso de manifiesto en el buque Shiloh, cuyo capitán, Adam M. Aycock, fue retirado del mando a finales de agosto. El cese se produjo después de que una serie de sondeos, en que los marineros debían responder anónimamente a un cuestionario, revelaron la existencia de unas condiciones represivas y de un malestar extendido, acompañado de ideas de suicidio. Un marinero calificó el Shiloh --que Aycock dirigía, por lo visto, como un tirano que hacía encerrar a los marineros en el calabozo por cualquier infracción menor-- de "cárcel flotante". Aunque la falta de derechos del personal enrolado forma parte de la vida militar, el aumento de la actividad de EE UU en el Pacífico y su beligerancia incrementan la presión.
También hay signos esperanzadores de resistencia. A lo largo de la visita de Trump hubo manifestaciones de protesta, empezando con la primera escala en Hawai y repitiéndose hasta el final de la gira en Filipinas. Miles de personas se movilizaron contra Trump en Corea del Sur a pesar de las medidas del gobierno para impedir las protestas, como la denegación de permisos para manifestarse y restricciones con respecto a los lugares en que podían concentrarse los activistas. Estas acciones estaban inspiradas en las que se opusieron a la instalación del sistema THAAD este mismo año. Y cuando el primero ministro japonés, Abe, intentó por primera vez cambiar la constitución, provocó una oleada de manifestaciones masivas en contra. Cuando todo apunta a una mayor militarización en la región, tanto por voluntad de Washington como de las capitales asiáticas, la construcción un movimiento internacional de solidaridad y resistencia es una necesidad urgente.
Traducido por Viento Sur de su versión original en inglés en socialistwroker.org. Publicado por primera vez en español en www.vientosur.info.