Construyendo socialismo en la era Trump

November 13, 2018

Danny Katch, autor de Por qué un mal gobierno le ocurre a gente buena, evalúa los dos primeros años de la administración y esboza los retos que enfrentamos los socialistas.

SON CASI dos años desde la elección de Donald Trump y su gobierno ha sido tan malo como nuestro peor augurio: elogios a los violentistas nazis en Charlottesville, el robo de niños de los brazos de sus padres en la frontera, y la burla a los sobrevivientes de agresión sexual frente a la sedienta multitud de sus siniestros eventos electorales; sólo por nombrar unos pocos.

La presidencia de Trump es un circo de horror, pero eso es sólo parte de la historia. De acuerdo con una encuesta del Washington Post, uno de cada cinco estadounidenses ha participado en protestas o mítines desde el inicio de 2016.

Amplios segmentos de la sociedad se han unido en una resistencia genuina. Científicos del clima, docentes en huelga, actores de Hollywood y sobrevivientes de tiroteos escolares se suman los millones que gritaron su frustración durante la inauguración en la Casa Blanca y a los futbolistas profesionales, individualmente o en grupos, arrodillándose en protesta frente a un estadio hostil.

A veces estas protestas han podido bloquear los ataques de Trump, como el asalto republicano a la atención médica en 2017 y, momentáneamente, la prohibición de viaje contra los musulmanes. Otras veces, sólo han brindado la esperanza de que viviremos para pelear otro día.

The streets of Washington, D.C., were filled for the Women's March

La característica dominante de la política en EE. UU. y el mundo, desde la Gran Recesión de hace 10 años, es una polarización política, con gente radicalizándose tanto a la izquierda como a la derecha.

Entonces, no sólo el gobierno rescató a los bancos corruptos que arruinaron la economía, mientras que millones perdieron sus empleos y hogares, sino además esta política continuó sin interrupciones, desde el reaccionario George W. Bush hasta el salvador liberal Barack Obama. Nada ha sido igual desde entonces.

Algunos vieron este sistema fraudulento y llegaron a la conclusión de que tenemos que democratizar el inmenso poder y la riqueza en manos de Wall Street y los multimillonarios que controlan y arruinan al país. Estos son los millones de personas que ahora se identifican como socialistas

Otros vieron el mismo amañado sistema y llegaron a la cínica conclusión de que necesitan asegurarse de que esté amañado para ellos y su clase, y el resto que se joda. Esa es la base del trumpismo.

Desafortunadamente, la polarización hacia la izquierda y hacia la derecha ha sido asimétrica en términos de quién ha ganado poder, pero no en su tamaño.

Un número aproximadamente igual de personas votaron por Donald Trump y Bernie Sanders en las primarias presidenciales de 2016. Pero Trump pudo tomar el control del Partido Republicano y ocupar la Casa Blanca, a pesar de perder el voto popular, mientras que el establecimiento del Partido Demócrata cerró filas para detener a Sanders.

El resultado: un Partido Republicano empotrado en la derecha, con vínculos a fascistas reales, que controla la mayoría de las palancas del gobierno, mientras que la izquierda, que apenas comienza a radicalizarse y a crecer, ni siquiera controla un partido político con influencia real.


CUANDO TRUMP fue elegido, muchos observadores no estaban seguros de que si él estuviera por alguna otra cosa que no fuera su propia glorificación. Ahora, el significado de trumpismo se ha vuelto claro.

Para el mundo, el trumpismo representa el nacionalismo gringo sin adornos. Es una cosmovisión orgullosamente cínica que ni siquiera pretende preocuparse por los derechos humanos, descarta el previo estatus quo en el que Estados Unidos dirigía el mundo a través de organizaciones multinacionales como la ONU y la OTAN, y anhela una confrontación histórica con el creciente poder económico y militar de China.

Para el país, la política de Trump es más nacionalista: azuza un patriotismo racista por medio de guerras comerciales y redadas de inmigración, mientras que llena a los ricos de masivos recortes de impuestos, supuestamente para estimular la inversión, pero en realidad para enriquecer aún más el 1 Por Ciento, al tiempo que pone el Seguro Social, Medicare y lo que queda de la red de bienestar social, tiqueando como una bomba esperando explotar.

El trumpismo no puede convencer a la mayoría de los estadounidenses, pero no necesita hacerlo. Su estrategia política es gobernar apoyado por una ferviente minoría que incluye la derecha religiosa, una coalición mosaica de trogloditas (xenófobos, islamófobos y racistas) y una sección de la burguesía.

Trump cuenta con algunos factores que le pueden ayudar a mantener un gobierno de minoría en un país que nominalmente es una democracia: Uno, instituciones antidemocráticas como el Colegio Electoral, la Corte Suprema y el Senado (gracias a las cuales el históricamente impopular Brett Kavanaugh es ahora un juez de la Corte Suprema, nominado por un presidente que perdió su elección por 3 millones, y confirmado por una Senado que representa sólo al 44 por ciento de la población); dos, la supresión generalizada y descarada de votantes, en su mayoría negros y latinos; y tres, la “oposición” del Partido Demócrata, con un liderazgo financiado por multimillonarios, y dispuesto a vender su base multirracial, obrera y mucho más liberal.


LA BUENA noticia es que nuestro lado es más definido ahora que hace dos años, y cualquiera que haya ido a una manifestación desde que Trump asumió, desde las más modestas a las más políticamente diversas y masivas, sabe que millones de personas reconocen la importancia de la solidaridad.

Existe una clara necesidad de defender a todo aquel atacado por el trumpismo, de los refugiados sirios y hondureños a las sobrevivientes de agresión sexual, a los asalariados dejados atrás por el aumento del costo de la vida. Instintivamente, la gente reconoce que si dejamos un ataque sin respuesta, el trumpismo se vuelven mucho más fuertes para atacarnos a todos.

Nuestro lado también entiende que los problemas son más profundos que Trump y el Partido Republicano. Las personas comienzan a identificarse con el socialismo porque ven la naturaleza sistémica de las crisis, como el cambio climático, la violencia policial y la desigualdad de ingresos.

Permítanme aclarar que con “nuestro lado” no me refiero a Chuck Schumer, Nancy Pelosi y la dirección del Partido Demócrata. Uno de los aspectos más llamativos de los dos últimos años de la oposición anti-Trump es lo poco que ha sido iniciada o liderada por el Partido Demócrata, o los sindicatos y las organizaciones liberales tradicionales asociados con los demócratas.

De hecho, la débil respuesta a Trump de estos sectores ha obligado a la gente a crear organizaciones de resistencia sobre la marcha: la Marcha de la Mujer, los grupos en Facebook de maestros airados, grupos estudiantiles contra la violencia armada, Time Is Up (Ya es hora), los campamentos de Ocupa ICE, etc.

Estas nuevas formaciones son un desarrollo emocionante pero desparejo. Muchas personas atraídas por ellos están frustradas con la inactividad de los demócratas y siguen esperando que tomen la iniciativa.

El resultado es un patrón de altibajos en la resistencia: los demócratas que han jurado luchar contra Trump se dispersan cuando llegue el momento de la batalla, desorientando a aquellos que están listos para luchar y cortando el impulso. Luego nos reagrupamos y resistimos, mostrando nuestra fuerza en números y el potencial de parar el sistema, hasta que nos encontramos con nuestras limitaciones.

Luego, los trumpistas se reagrupan y atacan, los demócratas se retiran, nos reagrupamos y el ciclo se repite, pero con los dos lados de la polarización política en la sociedad, la derecha y la izquierda, volviéndose más radicalizados y más organizados que antes.


VISTA DE esta manera, podemos distinguir cuatro fases en la Era Trump, y quizás una quinta a partir de ahora.

La primera fase va de noviembre 2016 a enero 2017. La fase más corta pero digna de mención. La gente se olvida de esto ahora, pero después de la elección de Trump, los demócratas, desde Hillary Clinton hasta Bernie Sanders y Elizabeth Warren, dieron un giro completo: de advertirnos sobre lo horrible que sería Trump, a pedir respeto por la presidencia y buscar terreno común.

En la segunda fase, de enero 2017 a julio 2017, sólo después de que millones de personas respondieran a un llamado de un grupo de amigas en Facebook para que las mujeres marcharan en el Capitolio contra la inauguración de un depredador sexual, los demócratas se vieron obligados a adoptar una postura más opuesta.

El impulso de la primera Marcha de la Mujer se convirtió en una serie de movilizaciones y protestas de base, desde el “levantamiento de los aeropuertos”, que detuvo la primera prohibición de viaje a los musulmanes, hasta la Marcha por el Clima y la Marcha de la Ciencia, que culminaron en protestas más pequeñas, pero intensas, encabezadas por activistas discapacitados para impedir que los republicanos derogaran la Ley del Cuidado de Salud Asequible.

Los republicanos perdieron su impulso contra Obamacare en el Senado, pero para entonces, la serie de protestas masivas sobre diferentes temas había comenzado a agotarse.

Al comienzo de la tercera fase, en agosto de 2017, el notorio comentario de “culpa en ambos lados” de Trump ante la violencia de la extrema derecha en Charlottesville provocó una crisis temporal en su presidencia. Pero en retrospectiva, este fue el comienzo de un giro brusco a la derecha en el que Trump se sintió confiado para tomar acciones como rechazar a DACA.

Los demócratas hablaron duro sobre la lucha por los jóvenes inmigrantes, pero se apartaron de cada confrontación, y aunque, por supuesto, denunciaron el no tan velado respaldo de Trump a la derecha en Charlottesville, siguieron su lógica al retratar a los manifestantes antifascistas como parte de problema.

En esta fase, que terminó con el año 2017, Trump y los republicanos obtuvieron su primera victoria legislativa importante: los masivos recortes de impuestos para los ricos y las corporaciones, lo que demostró a la clase dominante que este bufón era capaz de cumplir por ellos. Con la excepción de los estudiantes postgrado, cuyas protestas ayudaron a eliminar de la legislación final una venenosa píldora para la educación superior, la resistencia del movimiento laboral organizado a los recortes de impuestos fue sorprendentemente pequeña.

La cuarta fase comenzó en enero de 2018, una vez más, con las masas de personas que asistieron a las segundas Marchas por la Mujer, dando inicio a meses de protestas explosivas: rebeliones docentes en estados rojos, caminatas estudiantiles contra la violencia con armada y la derecha y las protestas contra las políticas de separación familiar, que involucraron a una amplia gama de personas, desde empleados de compañías tecnológicas hasta activistas invadiendo los restaurantes donde los funcionarios de Trump van cenar.

Estas movilizaciones han sido diferentes a las del año pasado en que han sido más sostenidas. También mostraron el desplazamiento hacia la izquierda de nuestro lado. Los maestros de Virginia Occidental no sólo lucharon por sus beneficios, sino que exigieron que el estado aumentara los impuestos a las corporaciones de energía. En las protestas a nivel nacional contra la violencia armada, los estudiantes hablaron no sólo sobre tiroteos en las escuelas, sino también sobre la violencia y el acoso policial. El aumento en contra de la separación familiar en la frontera dio lugar a llamamientos para abolir ICE, obligando a algunas figuras políticas liberales a abrazar la demanda.


NO ES claro aún si este último período continuará con las mismas características o si nos moveremos a una nueva fase.

Una posibilidad es un nuevo período de avance de la derecha. En el futuro, podríamos recordar la confirmación de Kavanaugh ante la Corte Suprema y la estrategia electoral demócrata de no tocar temas como la inmigración y el asalto sexual, como el tiempo en que la derecha encontró un nuevo aliento, con la extrema derecha utilizando los mítines de Trump como campos de reclutamiento.

Por otro lado, la amargura sembrada por la confirmación de Kavanaugh es profunda. Además, es probable que los demócratas logren avances significativos en las elecciones de noviembre. Si bien el historial de los demócratas muestra que nadie debe esperar mucha acción una vez que asuma el cargo, una “ola azul” que les devuelva el control de al menos la Cámara de Representantes podría dar a las capas más amplias de la oposición anti-Trump una nueva confianza para actuar. [El Partido Democrático ganó el control de la Cámara Baja del Congreso. N. del T.].

Aún más, otra característica de los últimos dos años es el crecimiento significativo de la izquierda socialista organizada, especialmente los Socialistas Demócratas de América (DSA), por primera vez en varias generaciones.

La cara principal del regreso del socialismo ha sido el éxito de los candidatos genuinamente de izquierda, muchos de ellos miembros de la DSA, que disputan y, a veces, ganan importantes elecciones dentro del Partido Demócrata.

La campaña primaria presidencial de Bernie Sanders, en 2016, ayudó a dar forma al nuevo movimiento socialista, y los candidatos al Congreso como Alexandria Ocasio-Cortez y Rashida Tlaib ayudaron a popularizar las demandas de abolir ICE y por Medicare para todos. Al mismo tiempo, su creencia de que el Partido Demócrata puede ser tirado a la izquierda y cambiado fundamentalmente ha revivido un viejo debate en la izquierda.

El nuevo movimiento socialista, dentro y fuera de DSA, tiene la tarea de tratar de transformar a la izquierda radicalizada en una fuerza que sea lo suficientemente grande como para detener los ataques de Trump, y políticamente coherente y radical para construir una alternativa duradera tanto al nacionalismo trumpista como al miserable estatus quo de los demócratas.

Eso significará reconocer que la democracia en Estados Unidos es limitada, donde el poder para lograr un cambio genuino históricamente proviene de fuera del sistema, en campañas laborales, plantones y marchas, o en el caso de hoy, huelgas docentes en los estados rojos, protestas en los aeropuertos, y las acciones de Las Vidas Negras Cuentan exigiendo justicia para Laquan McDonald en Chicago, por nombrar algunas.

Tenemos que encontrar la manera de canalizar la energía y el entusiasmo de los candidatos de izquierda que actualmente se presentan como demócratas para construir movimientos, y en última instancia un partido político independiente, que luche por nuestras demandas en torno a la atención médica, la inmigración, el cambio climático y más.

Tendremos muchas preguntas y debates en los próximos años sobre cómo avanzar. También habrá muchas más protestas contra las atrocidades de Trump, algunas de las cuales vencerán y otras no.

Pero una lección más que hemos aprendido en los últimos dos años es que ser parte de esas protestas, acciones y debates es la única manera de sobrevivir a la era Trump.

Traducido por Orlando Sepúlveda

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