¿Quién ganó en Libia?

August 26, 2011

Otro dictador está cayendo en el norte africano, pero el régimen que lo reemplazará está atado a las potencias imperialistas que asisten su parto--para ellas, la democracia no es una prioridad.

CON LA toma de Trípoli por las fuerzas rebeldes apoyadas por la OTAN, el reinado del dictador libio Muammar Gadafi ha llegado a su fin durante la semana en curso. Luego de meses de estancamiento militar, la caída de la capital libia ocurrió con notable rapidez. Aunque todavía hay combates en Trípoli y Gadafi no ha sido capturado, la suerte de su régimen parece echada.

Ha habido masivas celebraciones en Trípoli y por todo el país. Gadafi es un despreciado dictador que gobernó Libia con mano dura durante más de 40 años, acallando a la disidencia, y enriqueciendo a su familia y al pequeño círculo que lo rodeó. Odio hacia la dictadura y una sed por democracia y libertad condujo la sublevación contra Gadafi, claramente inspirada en las revoluciones en Túnez y Egipto, al oeste y este de Libia respectivamente.

Pero el carácter de levantamiento libio fue tergiversado en los meses siguientes. Las fuerzas rebeldes que tomaron Trípoli esta semana operaron en colaboración con las fuerzas de la OTAN, las que no comparten el deseo de los libios por la libertad. Como el periodista independiente Patrick Cockburn predijo hace unos meses, la caída de Trípoli y del régimen de Gadafi será "obtenida principalmente por la OTAN, y no una revolución popular".

A Libyan rebel in Zawiyah guards an unexploded NATO bomb

En marzo pasado, las Naciones Unidas autorizaron una campaña aérea contra Libia, liderada por Estados Unidos, con la justificación de detener una masacre contra el levantamiento. Pero mientras la guerra aérea se intensificó, los gobiernos occidentales remodelaron la oposición anti-Gadafi a la medida de sus propios intereses--tales como garantizar el flujo del petróleo libio, y aún más urgente, crear una fiable barrera, pro occidental, contra la marea revolucionaria extendiéndose por la región.

Para ello, EE.UU. y sus aliados europeos han respaldado a los elementos más conservadores entre los que dicen dirigir la lucha contra Gadafi. Algunos de ellos ya estaban en la nómina de la CIA--otros fueron funcionarios del régimen de Gadafi que oportunamente cambiaron de bando. El gobierno que se forme estará encabezado por estos elementos y estará endeudado con EE.UU. y Europa por su existencia--y cometido a esos intereses.

Esto es un serio revés a la Primavera Árabe, que a comienzos de este año inundó al mundo con la esperanza de una alternativa a la opresión, la violencia y la tiranía.

Nadie que luche por la justicia llorará por Gadafi. Él fue un tirano con la sangre de muchos en sus manos. Pero nadie que se oponga al imperialismo y sus crímenes puede celebrar su caída en estas circunstancias.


LA RAPIDEZ con que Trípoli cayó--al menos en el avance inicial sobre la ciudad--sorprendió incluso a las fuerzas rebeldes, sobre todo después de las duras batallas en las ciudades cercanas en semanas previas.

La campaña propagandística del régimen--con orquestadas demostraciones de apoyo y que aseguraba que los residentes de la capital se unirían en defensa de su querido líder--resultó ser un fraude. El rápido avance demostró qué tan poco apoyo tenía Gadafi entre los libios.

Pero por su parte, las imágenes en los medios provenientes de Trípoli en estos días--con combatientes ligeramente armados, llegando a la capital en todo tipo de vehículos, y casualmente asumiendo control de la ciudad--ocultan la verdadera historia: El asalto a Trípoli fue una campaña militar coordinada por, y en su totalidad dependiente de las fuerzas de la OTAN.

Las fuerzas rebeldes han dependido del apoyo aéreo de la OTAN desde que su intervención inició en marzo. En los cinco meses hasta el pasado sábado, el 20 de agosto, las fuerzas occidentales volaron 7.459 misiones sobre Libia, un promedio de 50 por día, contra miles de diferentes blancos.

La coordinación de la OTAN con las fuerzas rebeldes se intensificó en las últimas semanas. Los combatientes libios escogieron los objetivos y transmitieron su ubicación con equipo proporcionado por las fuerzas occidentales, según el New York Times. Cuando necesitan ataques aéreos, "[l]os rebeldes ciertamente tienen nuestro número telefónico", comentó un diplomático anónimo.

El Times reportó que durante la entrada a la capital, "tropas de la OTAN continuaron el apoyo aéreo a los rebeldes durante todo el día, con múltiples misiones de aviones de la alianza despejando el camino a Trípoli desde Zawiyah. Líderes rebeldes... dan crédito a la OTAN de frustrar un intento por las fuerzas leales a Gadafi de recuperar Zawiyah..."

El apoyo de Occidente no se ha limitado sólo al poder aéreo. Fuerzas Especiales y agentes de inteligencia han estado operando en Libia desde marzo, entrenando y asesorando a los diferentes grupos rebeldes, y con frecuencia dirigiendo sus movimientos.


TODO ESTO es un profundo contraste con los primeros días de la sublevación contra Gadafi.

Venida tras la caída de los dictadores de Túnez y Egipto, la revuelta en Libia siguió al comienzo el mismo patrón de esas movilizaciones popular, ganando incluso la simpatía de algunas unidades militares. La base inicial de la rebelión fue la parte oriental del país, próxima a Egipto, pero el apoyo pronto se propagó. Para finales de febrero, Gadafi parecía derrotado.

Pero el dictador fue capaz de mantener el poder y organizar una contraofensiva que se basó en unidades militares leales para salir a reprimir la rebelión. Una vez que la lucha se convirtió básicamente en una batalla militar, la rebelión perdió su impulso y su mayor ventaja--la masiva movilización del pueblo libio exigiendo democracia.

A mediados de marzo, las fuerzas de Gadafi habían derrotado a los mal armados defensores de una serie de ciudades que se habían unido al levantamiento, y amenazaban con atacar Benghazi, la ciudad oriental centro de la revuelta.

Por un tiempo durante esta contraofensiva, EE.UU. y los otros gobiernos occidentales parecían listos a hacer vista gorda y dejar que Gadafi aplastara la rebelión antes de permitir que otra revolución popular derrocara a un dictador pro Occidente en el norte africano. Pero a medida que la violencia del régimen se hizo más brutal y mortal--y con las dudas circulando acerca de la fiabilidad de Gadafi para cooperar con las compañías petroleras occidentales--Washington y las capitales europeas cambiaron de opinión.

La intervención--supuestamente sólo para imponer una 'zona de exclusión aérea'--fue presentada como una misión "humanitaria" destinada a impedir que las fuerzas del régimen derramaran la sangre de la población civil. Pero el objetivo de guerra rápidamente se expandió, tal como voces anti-bélicas--como SocialistWorker.org--lo señalaron en la ocasión. Barack Obama y los otros líderes occidentales no tardaron en hablar acerca de continuar la misión "humanitaria" hasta que Gadafi fuera derrocado y un nuevo gobierno emergiera.

Muchos libios dieron la bienvenida a los primeros ataques aliados como la única manera de detener el baño de sangre que se avecinaba en Benghazi. Pero desde el comienzo de la insurrección de febrero, el sentimiento generalizado estuvo en contra de dejar que las potencias occidentales dictaran el futuro de Libia. Por ejemplo, a comienzos de marzo, los rebeldes capturaron un operativo de las fuerzas especiales británicas que decía que quería hacer contacto con la oposición, y lo expulsaron del país.

Pero una vez que la operación aérea comenzó, los gobiernos occidentales dedicaron una enorme cantidad de recursos para remodelar la oposición a Gadafi. Fueron promovidas figuras con una historia de colaboración con EE.UU., lo mismo que ex funcionarios del régimen de Gadafi que oportunamente cambiaron de bando.

El jefe del Consejo Nacional de Transición (CNT)--reconocido por EE.UU. y otros 30 países, incluso antes de la caída de Gadafi, como el gobierno oficial de Libia--es Mustafa Abdul Jalil, quien fue Ministro de Justicia de Gadafi hasta que renunció en febrero cuando la sublevación comenzó. EE.UU. ve a Abdul Jalil como "cooperador", de acuerdo con cables del Departamento de Estado revelados por Wikileaks. Pero por otra parte, la suya es una cara conocida, gracias a la otrora muy amigable relación entre Washington y el régimen de Gadafi.

Al igual que los combatientes rebeldes trabajaron en estrecha colaboración con las fuerzas de la OTAN, el CNT está en muy buenos términos con diplomáticos y políticos occidentales. Cuando el avance sobre Trípoli comenzaba, los líderes de la CNT estaban en consultaciones con Jeffrey Feltman, un subsecretario de Estado americano que viajó a Benghazi para discutir "una transición estable y democrática".

No hay duda de lo que alguien como Jeffrey Feltman quiere decir con "estabilidad". Sin embargo, lo que suceda a continuación no está escrito en piedra. Por ejemplo, Patrick Cockburn reportó que durante el fin de semana él habló con los rebeldes en la ciudad de Misrata--la que vio algunas de las batallas más sangrientas de los últimos cinco meses--y ellos dicen que no aceptarán órdenes del Consejo.

Puede haber desafíos a la autoridad de los líderes acicalados por Occidente, pero EE.UU. y sus aliados estarán en una fuerte posición cuando estos conflictos emerjan. Ellos promovieron a los elementos más pro-occidentales de la oposición como los "líderes" de la rebelión, su poder militar fue indispensable en la lucha contra el régimen de Gadafi, y las fuerzas occidentales tienen ahora una presencia en Libia--en el aire y en tierra--con la que pueden intervenir en cualquier momento.

En contraste, cualquier posible oposición libia a Occidente, o a su cuidadosamente seleccionado régimen post Gadafi, está en una posición de debilidad. Como el socialista británico Richard Seymour escribió: "No existe aún ninguna fuerza política por medio de la cual las masas puedan actuar de forma independiente al nuevo gobierno si así lo quisieran hacer."

Por lo tanto, EE.UU. y sus aliados están casi seguros de conseguir un gobierno cooperador en Libia, independientemente de las aspiraciones de los libios.


NO ESPERE que tales consideraciones entren en las piadosas declaraciones de los líderes políticos occidentales o en sus aturdidos medios de comunicación. Ellos estarán demasiado ocupados hablando de lo diabólico que Gadafi es, y de cómo "se lo tenía ganado."

"Trípoli se escapa de las garras de un tirano", pronunció Barack Obama en un comunicado el fin de semana. Pero si Gadafi era un tirano--y sin duda así es--él fue uno con que EE.UU. estaba más que dispuesto a cooperar, tanto más en la última década.

Durante la década de 1980, Gadafi, entonces un aliado de la antigua URSS, fue el chivo expiatorio favorito de los políticos estadounidenses. Ronald Reagan lo llamó "el perro rabioso del Medio Oriente" y ordenó ataques aéreos contra Trípoli y Benghazi en 1986--uno de los cuales, destinado a asesinar a Gadafi mismo, mató a su hija de 15 meses de edad.

Pero para el final de la década de 1990, Gadafi fumaba la pipa de la paz con sus antiguos enemigos. Después de los ataques del 11 de septiembre, Libia se sumó como un aliado en la "guerra contra el terror" y dos años más tarde apoyó la invasión de Irak. Tras la normalización de las relaciones vinieron lucrativos acuerdos comerciales con los gigantes petroleros: Exxon Mobil, Chevron y otros.

Libia es el único país en el norte africano con importantes yacimientos petroleros--lo que explica el entusiasmo de los líderes europeos para hacerse amigos de Gadafi durante la década del 2000. Silvio Berlusconi, el derechista Primer Ministro de Italia, tenía una relación muy cercana con el dictador.

Sin embargo, según documentos del Departamento de Estado expuestos por Wikileaks, las relaciones de Gadafi con las compañías petroleras se habían deteriorado en los últimos años debido a la tendencia cada vez mayor del dictador a demandar "duros términos de contrato" y grandes pagos de bonos.

Dada la posibilidad de intervenir militarmente en una región que ha experimentado dos exitosas revoluciones desde el inicio del año, Washington y sus aliados se volvieron contra su aliado y lo redescubrieron como un opresivo dictador.

Este historial muestra la verdad sobre el gobierno de EE.UU. y sus alianzas en todo el mundo, las que tienen nada que ver con los principios de la democracia y la libertad. Washington estuvo feliz de trabajar con Gadafi cuando esa relación sirvió a sus intereses.

Ahora, EE.UU. apuesta a que puede recuperar parte del terreno perdido en el mundo árabe como resultado de las revoluciones en Túnez y Egipto, ayudando a la caída de Gadafi, y de paso impulsando un gobierno confiable para proteger los intereses occidentales.

Gadafi merecía ser derrocado, pero las circunstancias de su caída son un avance para el imperialismo--y un revés para la lucha por extender la democracia y la libertad.

Traducido por Orlando Sepúlveda

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