Estado de miedo

April 29, 2013

La tragedia de Boston será utilizada como una oportunidad para reforzar la seguridad estatal.

¿A QUÉ bajos llegarán la clase política y los medios de comunicación para usar el miedo y el resentimiento? Tras el atentado de bomba en Boston, nos encontramos haciendo esta pregunta a diario.

En poco más de una semana, los titulares han saltado de culpar a un "saudí" que resultó ser una víctima inocente del bombazo, a culpar a un estudiante de la Universidad Brown trágicamente desaparecido, y saboreado sin saciarse cada bocado de información sobre los hermanos Tamerlan y Dzhokhar Tsarnaev.

No parece haber bajeza a la que los medios no puedan hundirse. Un día, la imagen de la viuda del sospechoso Tamerlan Tsarnaev, vistiendo hijab y esquivando periodistas, cubrió la primera página del New York Post con el titular: "¿Sabía ella?" Al día siguiente, la pretensión fue que el "cerebro" del ataque recibió prestaciones sociales, y el Boston Herald aulló: "¡Qué descaro!".

Los líderes de la democracia estadounidense fueron los siguientes. En un servicio conmemorando a un policía caído, Joe Biden no perdió la oportunidad para invocar el horror de Septiembre 11. "Sea Al-Qaeda mismo... o dos torcidos, perversos, cobardes, emuladores yihadistas aquí en Boston, ¿por qué hacen lo que hacen?" --preguntó el vicepresidente.

Heavily armed police search a family's home in locked-down Boston

A este punto, cualquiera que diga saber el motivo de los dos sospechosos para cometer tan bárbaro crimen está siendo deshonesto. Pero esto no impidió que la elite de Washington haya corrido a su propia conclusión: por el bien de la seguridad pública, es el momento para reforzar la seguridad interna, sin importar el costo a las libertades civiles.

Inmediatamente después que el segundo hermano, Dzhokhar, fue encontrado y capturado, el senador republicano Lindsey Graham se arrojó a las cámaras para exigir que el joven de 19 años de edad no fuera informado de sus derechos Miranda (a permanecer en silencio y solicitar un abogado; una protección legal contra confesiones coaccionadas). "Lo último que queremos hacer es leer al sospechoso de Boston sus derechos Miranda diciéndole 'guardar silencio'", dijo Graham.

Graham no tenía por qué preocuparse. Aduciendo un asunto de seguridad pública, la administración Obama ya había tomado esa decisión, aunque nadie, en ningún nivel de gobierno, pudo explicar qué amenaza a la seguridad pública el sospechoso, herido de gravedad, representa ahora.

Como Glenn Greenwald escribió en The Guardian:

Tsarnaev es probablemente el personaje más odiado en Estados Unidos ahora. Como resultado de ello... a no mucha gente le importa qué hagan con él... Pero es así cómo los derechos son socavados: señalando a los grupos más marginados o a la persona más odiada, basados en la expectativa de que nadie se opondrá, por lo marginados u odiados que son. Una vez que esas violaciones a los derechos son aceptadas por una primera vez, son institucionalizan para siempre, y no hay base para objetar su aplicación a otros, como inevitablemente ocurrirá.

Cualquiera que haya pensado que tras revocar los derechos Miranda el gobierno se detendría, debe prestar más atención. De pronto, todo tipo de medidas represivas, las que habrían provocado un gran alboroto si fueran aplicadas por una Casa Blanca republicana, se hayan sobre la mesa: desde un aumento de la seguridad fronteriza y la verificación de antecedentes de inmigrantes, a una mayor vigilancia con cámaras u otros medios.

Lo que la gran mayoría de la gente ve como una tragedia, la élite política de Estados Unidos explota como una oportunidad para fortalecer la seguridad estatal, con sus respectivas restricciones a la conducta y los derechos, aumento de la vigilancia y destrucción de las protecciones legales.

Personas del país entero --y el mundo, para tal caso-- comprensiblemente sintieron miedo, dolor e indignación por el atentado en Boston. Pero esas fuertes emociones ahora están siendo utilizadas para apuntalar la represión estatal. Y el resultado no hará nuestras vidas más seguras, pero si empeorará la de muchos.


COMPARASIONES ENTRE el atentado de Boston y el ataque sobre New York y Washington DC el 11 de septiembre del 2001, deben hacerse con cuidado por varias razones. Primero, no hay evidencia alguna que vincule a los sospechosos de Boston a organizaciones que han llevado a cabo otros tales ataques. Además están la mera magnitud y el número de víctimas de los ataques de hace una década.

Sin embargo, hay importantes lecciones acerca de Septiembre 11 que necesitan ser recordadas hoy.

A pesar de su retórica solidaria con las víctimas, la Casa Blanca de entonces utilizó la tragedia para imponer políticas que el odiado presidente no podía haber imaginado de antemano. Llamando por una "guerra contra el terror" George W. Bush logró lanzar guerras contra Afganistán e Irak. Aquí en EE.UU., su gobierno emprendió una guerra contra la disidencia y la libertad de expresión.

Como un miembro de las Familias del 9/11 por un Mañana Pacífico --un grupo de familiares de las víctimas del Septiembre 11 que se opusieron a la "guerra contra el terror"-- dijo a Socialist Worker en 2004: "Desde el primer día, nos dimos cuenta que los ataques y la muerte de nuestros familiares serían utilizados así como entrabamos en Afganistán. Nos quedó claro que había una utilidad de estas muertes que iba a ser aprovechada".

El socavamiento de las libertades civiles que acompaño la "guerra contra el terror" fue la continuación de una política que data de hace muchas décadas. Washington tiene una larga historia de tratar de silenciar la disidencia en nombre de "proteger" al público.

Durante y después de la Primera Guerra Mundial inmigrantes e izquierdistas fueron los chivos expiatorios, además la Ley de Sedición de 1918 criminalizó la oposición a la guerra. Tras de la Segunda Guerra Mundial, el macartismo trajo la vigilancia, hostigamiento, encarcelamiento y deportación de radicales en el nombre de la "lucha contra la amenaza comunista". Diversos grupos políticos fueron infiltrados y atacados: Poder Negro, anti-guerra, nativo-americanos y socialistas.

Tras los ataques sobre New York y Washington DC, el miedo asumió una nueva cara. El lóbrego enemigo del "Islam radicalizado" podía volver a golpear en cualquier lugar en cualquier momento. Esta fue la justificación para la "guerra contra el terror" con la que el gobierno reclamó el derecho de intervenir en cualquier lugar, en cualquier momento, en todo el mundo --y para socavar los derechos de cualquiera en cualquier momento en el país.

Puede que nunca sepamos las motivaciones de los dos jóvenes acusados del atentado en Boston. Pero sí sabemos que la "solución" de Washington será peor que el problema.

Entre las muchas quejas de los políticos mano-dura es que el FBI dejó caer la pelota con Tamerlan Tsarnaev. De hecho, él había sido interrogado por las autoridades estadounidenses en 2011, pero no le dieron seguimiento.

Pero, ¿qué tal que si le hubieran dado seguimiento? La experiencia reciente demuestra que las autoridades están menos interesadas en prevenir la violencia o proteger al público que en obtener "resultados", en forma de arrestos a cualquier costo, incluyendo atrapamiento.

Así, por ejemplo, ha sido revelado que el FBI pudo haber ayudado a un joven somalí a construir y detonar una bomba en el centro de Portland, Oregon, en 2010. Es dudoso que este ataque "terrorista" hubiera sido siquiera intentado sin la ayuda y aliento de aquellos cuya misión es detener el terrorismo.

Mayor "seguridad", impuesta con la mano de hierro del gobierno norteamericano, no significa un mundo más seguro; sino más policía, más vigilancia, más atrapamiento y más tortura; significa además hacer de Estados Unidos un país con menos libertad, menos democracia y menos derechos.

No; un estado más poderoso hace el mundo más peligroso, porque deja a un mucho mayor número de personas, especialmente en las comunidades de color y a los más vulnerables, a los caprichos de la autoridad. Y como hemos visto, el Estado norteamericano puede inspirar una violencia cometida por el desposeído --actos insensatos y violentos en reacción a una sociedad insensata y violenta.


EN COMPARACIÓN con Septiembre 11, hay otra diferencia en Boston. El barniz de la "guerra contra el terror" tiene más de un pocos los agujeros. Un número creciente de personas están frustradas con, o al menos cuestionan, el asalto a las libertades civiles y los derechos humanos en nombre de la seguridad.

Una encuesta Pew tomada una semana después de la maratón de Boston mostró que el porcentaje personas "muy preocupadas" por otro ataque era apenas mayor (23 por ciento) que en noviembre (21 por ciento). Menos de la mitad pensaba que el gobierno podía hacer algo al respecto.

Otras encuestas posteriores al atentado de Boston no han mostrado un aumento de la voluntad pública a renunciar a sus libertades personales con el fin de protegerse a sí mismos contra el terrorismo. Ese es un agudo contraste con el período posterior a los ataques del 11 de septiembre de 2001.

Una encuesta de votantes en febrero, comisionada por The Hill, mostró que la mayoría del pueblo creía que Obama no es ni mejor ni peor que Bush a la hora de equilibrar la seguridad nacional con la protección de las libertades civiles. Más de un tercio dijo que Obama es peor que Bush, y el 15 por ciento dijo que era "casi igual".

La semana pasada, después de que uno de los sospechosos fuera muerto y el otro capturado, los medios de comunicación se enfocaron en las ceremonias oficialmente alentadas de Boston --muy, muy blancas al verlas-- que hicieron suyo el fervor patriótico y el discurso racista anti-musulmán generado por los políticos y los medios.

Pero hubo otros eventos, no tan bien cubiertos por los medios, en el que la gente expresó un sentimiento diferente: solidaridad en lugar de la islamofobia, y colaboración en la defensa de árabes y musulmanes contra ataques racistas. Alrededor de 600 personas asistieron a una vigilia en Malden, Massachusetts, para solidarizar con Heba Abolaban, un médico palestino que fue verbal y físicamente agredido, caminando con un amigo y sus hijos después del atentado.

Acciones como estas muestran el tipo de respuesta que podemos construir con el fin de crear un clima de solidaridad y unidad, en lugar de avivar las llamas del miedo.

Traducido por Orlando Sepúlveda

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