Justificando imperialismo
La amenaza de un asalto militar sobre Siria es una maniobra imperialista disfrazada de motivos "humanitarios",
explica.LA EVIDENCIA de un ataque con armas químicas contra civiles que dejó casi mil muertos en la región de Ghouta en Siria, probablemente llevado a cabo por el propio régimen sirio, ha resucitado la demanda liberal por una intervención militar "humanitaria" de EE.UU., a pesar del reciente récor de muerte y destrucción masivas de las fuerzas imperiales gringas en Irak, Afganistán y allende.
Por ejemplo, el columnista del Washington Post Eugene Robinson escribió que el presidente Barack Obama debe "castigar al régimen homicida del dictador sirio Bashar al-Assad con un ataque militar", porque "cualquier gobierno o grupo que emplee armas químicas debe sufrir las consecuencias. Obama debe respetar este principio mediante la destrucción de algunos de los activos militares de Assad". "[A]lguien", dice Robinson, "debe ser el policía del mundo".
La mesa editorial del New York Times advirtió contra una operación sin final, pero dijo que debido a que Obama había hecho del uso de armas químicas una "línea roja", el presidente ahora debe "cumplir". En otras palabras, Obama debe actuar porque la credibilidad del imperio está en juego, según el Times.
Pero la amenaza de un ataque militar contra Siria es motivada únicamente por las metas imperiales de Washington en el Medio Oriente, no por un deseo de proteger a la población civil siria. Estados Unidos busca contener y retroceder las revoluciones democráticas de la Primavera Árabe, un proyecto que comparte con sus aliados de Israel, Arabia Saudita, las monarquías del Golfo y, ahora, el ejército egipcio que ha reafirmado su poder.
CIERTAMENTE WASHINGTON no ha sido empujado a considerar una acción militar por el gran número de sirios que han muerto. Unos cien mil ya han perecido desde que la revolución comenzó en marzo de 2011; la inmensa mayoría de ellos civiles asesinados por el régimen de Assad.
La horrorosa muerte de las víctimas de armas químicas no es motivo suficiente para provocar a la mayor potencia del mundo a preparar una acción militar. Como Foreign Policy reportó el 26 de agosto, "hace generación, las comunidades militares y de inteligencia de EE.UU. supieron y no hicieron nada para detener una serie de ataques con gas sarín, más devastadores que cualquiera que Siria ha visto", cuando Saddam Hussein, entonces un aliado, utilizó este tipo de armamento contra Irán entre 1980 y 1988.
Lo que los políticos y el Pentágono más temen es que el uso de armas químicas en la guerra civil siria abra la posibilidad de su uso contra el vecino sirio, y principal aliado de EE.UU. en la región, Israel, así como contra cualquier "fuerza pacificadora" en una Siria post-Assad. De hecho, el prospecto de que los combatientes islamistas obtengan el control de las armas químicas es un factor clave en la vacilación de EE.UU. para proporcionar a la oposición el armamento pesado que desea.
Estados Unidos, aun recuperándose de las ocupaciones fallidas en Irak y Afganistán, es reacio a poner tropas en el suelo sirio. Incluso una campaña de bombardeos, como en Libia, parece poco probable por el momento, debido a los sofisticados sistemas de defensa antiaérea sirios, suministrados por Rusia. El establecimiento de una zona de no-vuelo, como en Irak después de la primera Guerra del Golfo, requeriría una campaña a largo plazo, con posibles pérdidas de aviones y de personal. El general Martin Dempsey, jefe del Estado Mayor Conjunto, dijo al Congreso en julio que una operación para "evitar que el régimen use sus aviones militares para bombardear y reabastecer" costaría "$500 millones inicialmente... [y] hasta mil millones de dólares cada mes, por el transcurso de un año".
Los líderes políticos y militares parecen haber llegado al consenso de atacar con misiles mar-tierra, con la declarada intención de presionar a Assad a no usar armas químicas y evitar que la guerra amplié la crisis de refugiados. Unas 1,7 millones de personas, incluyendo 1 millón de niños, han sido obligadas a salir del país, y hay unos 2 millones de niños desplazados internamente.
Los políticos estadounidenses, sin embargo, no sólo están inquietos de que los yihadistas vinculados a Al Qaeda tomen el poder, sino también que el movimiento revolucionario, los Comités Locales de Coordinación (LCC), traigan al poder a un gobierno popular democrático tras la caída de Assad.
Como Joseph Daher, de la Corriente de Izquierda Revolucionaria Siria, señaló, los LCC son la fuente del movimiento revolucionario y han desafiado la represión y los intentos de imponer la ley sharia en las zonas controladas los islamistas. "No deberíamos tener que escoger entre, por un lado, EE.UU. y Arabia Saudita, y por el otro, Irán y Rusia. Nosotros escogemos las masas revolucionarias que luchan por su emancipación", dijo Daher, en una entrevista con un grupo socialista australiano.
La política de EE.UU. es, por lo tanto, contradictoria. Toleró el apoyo de Qatar a los yihadistas, incluso mientras declaraba al grupo rebelde sirio Jabhat al-Nusra una organización "terrorista". También ha insistido en dejar a los islamistas en el trasfondo de la última versión de oposición siria aceptada por Occidente, la Coalición Nacional de las Fuerzas Revolucionarias y Opositoras de Siria. Y con su aliado Turquía, por otra parte, ha bloqueado el tránsito de armas pesadas hacia a la fragmentada oposición.
La conclusión es que EE.UU. busca contener la guerra civil en Siria y obtener un resultado aceptable--es decir, un ex general en el poder que puede preservar la mayor parte del Estado actual.
EL ATAQUE con armas químicas en Ghouta , sin embargo, complica los planes para Estados Unidos.
La masacre fue tan horrible--dirigido contra mujeres y niños en sus camas, sofocando sus pulmones con líquido--que forzó el debate sobre la mesa. Cualquiera con un mínimo sentido de justicia no puede más que estar horrorizado por tal acción, calculada para aterrorizar a la vulnerable población civil.
Pero ahora los políticos occidentales cínicamente corren para convertir la indignación en beneficio político. El primer ministro británico David Cameron y el presidente francés François Hollande están unidos a Obama para preparar el terreno ideológico para una intervención militar.
El Secretario de Estado, John Kerry, trato de manipular esa indignación cuando dijo: "Como padre, no puedo borrar esa imagen de mi cabeza de un padre llorando que sostenía a su hijo muerto".
Pero Kerry carece de credibilidad al hablar de la brutalidad del régimen de Assad. Como presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, hizo del acercamiento al régimen sirio su proyecto personal, en el nombre de alentar las reformas económicas pro-mercado de Assad. Incluso después de que el régimen reprimió las protestas en favor de la democracia a principios de 2011, Kerry continuó elogiando a Assad como un reformador.
La escala de la represión del régimen Assad llevó a Barack Obama a llamar por su caída hace dos años. Pero con EE.UU. no dispuesto a intervenir para sacarlo del poder, Assad ha podido aguantar gracias a la ayuda política, económica y militar de sus aliados--principalmente Rusia, pero también Irán, y Hezbollah en el vecino Líbano, que se ha incorporado directamente a las acciones bélicas. Tras la afirmación gringa de que Assad no tiene ningún futuro político, su régimen se ha atrincherado y llevado a cabo una represión cada vez más salvaje.
La clave de la permanencia de Assad en el poder es su habilidad para avivar resquemores entre las minorías étnicas y religiosas que serán sacrificadas si los grupos islamistas sunitas llegan al poder, así como su pretensión de ser el defensor del pueblo sirio contra las potencias extranjeras.
Un ataque militar liderado por Estados Unidos no sólo aumentará las muertes, sino además jugará en las manos del régimen, que podrá fustigar razones nacionalistas para justificar una represión aún más brutal. EE.UU. y su aliado Turquía ya están tratando de atraer a los kurdos sirios a adoptar el régimen pro-estadounidense en el Kurdistán iraquí. La intervención de EE.UU. no hará sino agravar la violencia étnica y sectaria, como ocurrió en Irak, que está sufriendo hoy la peor violencia sectaria desde 2008.
Mientras a las potencias imperialistas occidentales y sus aliados regionales les gustaría ver Assad fuera, ellos están dispuestos a tolerar su gobierno por el momento con el fin de evitar de un cambio revolucionario en Siria. Como la Corriente de Izquierda Revolucionaria Siria lo puso en un comunicado después del ataque en Ghouta:
Nuestra revolución no tiene ningún aliado sincero, a excepción de las revoluciones de los pueblos de la región y del mundo, y los militantes que luchan para liberarse de regímenes oscurantistas, opresores y explotadores.
Traducido por Orlando Sepúlveda