El estado de una unión desigual

February 5, 2014

El discurso de Obama pudo haber sonado bien para algunos, pero sus acciones son más fuertes que sus palabras.

EL LECTOR habitual de SocialistWorker.org ya ha visto las estadísticas sobre la creciente brecha entre los súper ricos y el resto de nosotros. Pero el martes, éstas fueron escuchadas de una fuente inusual: el presidente Barack Obama durante su discurso anual, El Estado de la Unión.

En un intento de "reiniciar su presidencia", como los medios repetidamente declaran, Obama enfocó su discurso ante la sesión conjunta del Congreso en el aumento de la desigualdad y la disminución de la movilidad social.

En particular, Obama propuso aumentar el salario mínimo federal a 10.10 dólares por hora; eso, si él y su partido están dispuestos a dar la pelea en el Congreso contra el obstruccionismo republicano que ha dominado el debate político por la mayor parte de los años Obama, a pesar de que los demócratas han ganado, con amplio margen, tres de las últimas cuatro elecciones.

En comparación con los trogloditas corta-presupuesto, anti-sindicato y odia-pobres del Partido Republicano, Obama sonó como un radical. Pero cuando a la hora de hacer algo acerca de la desigualdad en EE.UU. y en el mundo, Obama es parte del problema, no de la solución.

A homeless man rests outside a Prada store

Obama tuvo un mal año, a pesar de salir vencedor de la batalla del cierre gubernamental contra los republicanos. Su índice de aprobación se encuentra en uno de sus puntos más bajos, 43 por ciento, con un 49 por ciento de desapruebo, como consecuencia de la desastrosa introducción de la ley de salud y el descontento generado por los programas de espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional.

He aquí el cínico esfuerzo en retratar a Obama como un defensor de los desposeídos. "El presidente ve éste como un año de acción", dijo el secretario de prensa de la Casa Blanca, Jay Carney, en un programa de discusión política de la ABC, "para levantar a la gente que quiere llegar a la clase media".

Preocuparse ahora pro la desigualdad es una movida obvia para los demócratas, sobre todo después de que la lucha obrera por salarios dignos, expresados en Lucha por 15 y en los esfuerzos por traer la unión a Wal-Mart, entre otros, ha puesto el tema de los salarios de la miseria en los titulares.

No importa el partido, 61, 68 y 67 por ciento de republicanos, demócratas e independientes, respectivamente, piensa que la desigualdad económica ha crecido en EE.UU. en los últimos 10 años, según las encuestas. Además, 7 de cada 10 personas cree que el gobierno federal debe hacer algo para reducir la desigualdad económica.

Este amplio acuerdo a través del espectro político, desde luego, es explicado porque el crecimiento de la desigualdad social es tan grande y tan desnudo que no puede ser negado.

Por más de 30 años, el salario real de los trabajadores estadounidenses, en la mitad inferior de la escala de ingresos, se ha estancado o ha disminuido, mientras que el 1 por ciento súper-rico duplicó su tajada a casi el 20 por ciento del ingreso nacional. La Gran Recesión aceleró este proceso: desde que la economía tocó fondo a finales de 2008, el 1 por ciento más rico de EE.UU. capturó el 95 por ciento de la recuperación económica, mientras que el 90 por ciento inferior de la población se empobreció.

La desigualdad es aún más marcada en el plano internacional. Según un nuevo informe de Oxfam, las 85 personas más ricas del mundo controlan más riqueza que la mitad más pobre de la población mundial.

Es difícil comprender plenamente las estadísticas de este tipo. Ochenta y cinco personas, puestas hombro a hombro, producen una línea no más larga que media cancha de fútbol; mientras, la mitad de la población mundial, también hombro a hombro, envolvería la circunferencia terráquea más de 13.000 veces, o si alineadas hacia el espacio infinito, su línea llegaría casi a los anillos del planeta Saturno.


LA MAYORÍA de la gente en EE.UU. entiende que la desigualdad es un problema y que el gobierno debiera hacer algo al respecto, pero no todos.

En un profundamente ignorante artículo a mediados de enero, el columnista del New York Times, David Brooks, un comentarista conservador, instó a sus lectores a dejar atrás la "mentalidad primitiva de suma cero [donde] se asume que la creciente riqueza de los ricos, de alguna manera, debe ser la causa de la inmovilidad del pobres".

La pobreza, según Brooks, es el resultado no de una pequeña minoría amasando una gran fortuna a costa de todos los demás, sino del propio comportamiento de los pobres: ellos abandonan su educación, no trabajan tiempo completo, son madres solteras, y "[se involucran] en conductas que dañan sus perspectiva de ingresos a largo plazo".

Se trata de una táctica con larga tradición entre los ideólogos conservadores: desviar la atención sobre la injusticia social y ponerla sobre los supuestos defectos morales de los pobres; no importa que sea claramente evidente que los problemas sociales que aquejan a los pobres tienen mucho que ver con una sociedad que está estructurada para mantenerlos en la pobreza.

Los pobres tienen mayores tasas de deserción escolar porque van a escuelas inferiores en un sistema de educación pública que los separa de los estudiantes de las familias más acomodadas. Ellos no trabajan a tiempo completo porque los trabajos de jornada parcial son enormemente rentable para las corporaciones, empujando a menos trabajadores trabajar más por menos. Y los pobres toman parte de los mismos "comportamientos" negativos que los ricos, pero pagan un precio mucho más alto, como llegar a la cárcel por delitos no violentos, mientras que los hijos de los ricos nunca ven el interior de una estación de policía.

David Brooks quiere hacerle creer que algunos son ricos y otros pobres por razones completamente ajenas. Pero la verdad es que muchas personas son pobres porque un número mucho menor de personas son increíblemente ricas y presiden sobre un sistema que defiende y extiende su riqueza y poder a expensas de todos los demás.


CUANDO SE trata de defender y ampliar sus privilegios en una sociedad capitalista, los súper-ricos no hacen todo el trabajo ellos mismos. Para ello tienen el servicio de los políticos, como Barack Obama.

La creciente desigualdad no es un fenómeno exclusivamente estadounidense. Según el informe de Oxfam, entre 1980 y 2012, el 1 por ciento más rico aumentó su participación en el ingreso nacional en 24 de los 26 países estudiados. Esto es producto de una concertada ofensiva de las clases dominantes capitalistas de todo el mundo, utilizando una variedad de estrategias y tácticas asociadas a lo que se conoce como "neoliberalismo": producción globalizada, flexibilidad y precarización laboral, represión laboral, desregulación, privatización, y desmantelamiento de la Estado de bienestar.

Obviamente, las políticas de los gobiernos nacionales son esenciales para esta estrategia, por lo que los ricos a nivel internacional han puesto mucho énfasis en ejercer su influencia política, ya sea pública o secretamente, directa o indirectamente.

Y ha dado sus frutos –al por mayor. Desde finales de 1970, las tasas de impuestos para los más ricos han disminuido en 29 de los 30 países para los cuales los investigadores por Oxfam pudieron obtener datos.

En EE.UU., los republicanos son los asociados con los recortes de impuestos para los ricos. Pero como con los otros temas de la agenda neoliberal, Barack Obama y los demócratas están igualmente comprometidos con estas políticas, y sólo difieren en los detalles.

Cuando Wall Street se hundió en una crisis financiera después de que sus especulaciones financieras fallaron, la administración Obama continuó con el rescate de la banca diseñado por la administración Bush. Pero hubo muy poco o nada para ayudar a los millones de propietarios de viviendas que enfrentaron ejecuciones hipotecarias.

Liderados por los mayores bancos, las corporaciones estadounidenses volvieron a ser rentables con notable rapidez después de la crisis. Pero a pesar de que el desempleo a largo plazo se ha mantenido alto, incluso bien entrada la recuperación, Obama no ha propuesto una acción gubernamental para crear puestos de trabajo. Al contrario, se aseguró un lugar en los libros de historia como el presidente de la austeridad al convenir recortes presupuestarios que encogen el gobierno federal mucho más allá de lo que los más fanáticos republicanos exigían hace una década.

Con los republicanos decididos a resistir cualquier propuesta demócrata para aumentar el salario mínimo, Obama y su partido saben que están en el bando ganador de un tema popular, incluso si no logran nada en el Congreso, a causa de su falta de coraje. Pero parte de su objetivo en apoyar un aumento en el salario mínimo a $10.10 por hora es cooptar y contener la demanda de los trabajadores de bajos salarios por un salario mínimo de $15 por hora.

Obama pudo haber sonado bien al hablar de la difícil situación de los desposeídos en su discurso, pero fue más honesto compartiendo con la patronal en el Foro CEO del Wall Street Journal en noviembre.

"La gente me llama un socialista, a veces, pero no. Aún deben conocer a un socialista de verdad", dijo Obama al vendaval de risas. "Yo estoy hablando de reducir la tasa del impuesto empresarial. Mi reforma de salud se basa en el mercado privado. El mercado de valores lucía muy bien la última vez que chequé."

Los trabajadores y los pobres de Estados Unidos pueden creer las palabras de Barack Obama –aquellas durante su reunión con los patrones en noviembre. Por eso es que cualquier desafío real a la obscena desigualdad de una sociedad dividida entre los acaudalados y los que tiene poco o nada sólo vendrá desde abajo.

Traducido por Orlando Sepúlveda

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