Siria: La revolución en las calles
Ashley Smith explica el contexto del resurgimiento de las protestas masivas en Siria.
POR PRIMERA vez desde 2013, tras la frágil calma que siguió a una tregua parcial, los revolucionarios sirios volvieron a las calles con protestas masivas, en las zonas controladas por rebeldes al gobierno de Assad. El 4 de marzo, reanudando la tradición de manifestaciones cada viernes, ellos montaron más de 100 acciones bajo el lema "la revolución continúa".
Enarbolando la bandera tricolor que se ha convertido en el símbolo del levantamiento, miles de sirios llenaron las calles de Alepo, Damasco, Homs y Daraa, gritando: "Cinco años después del comienzo de la revolución, el pueblo aún quiere la caída del régimen". El blog Siria Libre Por Siempre ha documentado con imágenes y vídeos el heroísmo, la determinación y la celebración de estas protestas.
En las acciones, los revolucionarios reafirmaron su demanda central: "la caída del régimen". Las mismas consignas que agitaron el comienzo de la revolución en 2011 también fueron levantadas: "El pueblo sirio quiere libertad", "revolución por dignidad y libertad" y el eslogan democrático y anti-sectario, "El pueblo es uno y está unido".
"Con la tregua, tenemos la oportunidad de expresar porque salimos a las calles en primer lugar; para demandar la caída del régimen", declaró Abu Nadim en la sitiada ciudad de Alepo, donde cientos de militantes se manifestaron. Explicó que él y otros querían mostrar al mundo que los sirios no son "bandas armadas, sino un pueblo exigiendo libertad".
En la protesta en Talbisseh, Hasaan Abu Nuh dijo a la prensa:
Se podría decir que hemos regresado al comienzo. La gente está muy, muy feliz. Hubo llanto y alegría, y un nudo en la garganta de cada uno. Muchos jóvenes que solían protestar con nosotros no estuvieron presentes hoy, porque han sido asesinados.
ESTAS MANIFESTACIONES sorprendieron a muchos, especialmente a algunos en la izquierda que han denunciado la revolución siria como una trama de Washington diseñada para instalar en Damasco un régimen pro-estadounidense.
En verdad, como Robin Yassin-Kassab y Leila al-Shami explican en su libro Burning Country (País en llamas), los sirios se rebelaron contra el opresivo régimen de Bashar al-Assad, por las mismas razones que los pueblos de Túnez, Egipto y otros lugares en el Oriente Medio y el Norte de África lo hicieron en 2011.
El levantamiento sirio fue una expresión de desilusión masiva contra el régimen de Assad y la decisión de no seguir tolerando la dictadura, el neoliberalismo, la pobreza y la represión. Y una vez que presenciaron el precedente de las rebeliones en Túnez y Egipto, se levantaron en demostraciones masivas, de decenas de miles, para exigir democracia, libertad e igualdad.
Assad usó tácticas que dividieron el levantamiento en líneas sectarias y étnicas para conservar su control sobre el país. Denunció las protestas como una confabulación "foránea" y "sectaria" para disponer la mayoría sunita contra la minoría cristiana y alauita, la base de su régimen. Para dar credibilidad a esta mentira, liberó a 1.500 yihadistas sunitas de sus cárceles, muchos de los cuales pasaron a formar milicias que, efectivamente, realizaron ataques sectarios.
También cedió el control de las áreas kurdas en el norte del país al Partido Unión Democrática Kurda y su brazo armado, las Unidades de Protección Popular. Assad hizo esto no por cierto compromiso con la autonomía kurda, por no hablar de independencia. Él ha oprimido a los kurdos por mucho tiempo, negando la ciudadanía a cientos de miles y reprimiendo periódicamente sus partidos y protestas. Su razón fue la de evitar que los kurdos se unieran al levantamiento.
Cuando estas medidas no sofocaron la revuelta, Assad recurrió a una cruda política de guerra contra la resistencia suní. Retiró sus tropas de las zonas liberadas y desplegó su fuerza aérea para bombardear ciudades enteras en ruinas, incluyendo el uso de armas químicas contra la población civil.
Assad no dejó a la Revolución Siria más remedio que armarse en defensa propia. Activistas y soldados desertados de las fuerzas de Assad formaron el Ejército Libre de Siria (ELS). Esta red informal de milicias suma más de 150.000 tropas.
Las milicias expandieron el territorio liberado, dirigido en parte por los Comités de Coordinación Local. Estos no sólo ayudaron a organizar la revolución, sino además han sustituido al Estado en retirada, administrando hospitales, escuelas, recolección de basura e incluso elecciones.
Estados Unidos declaró su apoyo al ELS, pero no para apoyar la revolución. Su política fue cooptar a la Coalición Nacional de Fuerzas Sirias Revolucionaria y de la Oposición, una formación mayoritariamente de expatriados, con el fin de llevar a cabo una "transición ordenada", lo que implica deshacerse de Assad, incorporar una capa de la oposición al poder y preservar el Estado sirio.
Por eso EE.UU. se negó a dar armamento pesado al ELS, como los cohetes antiaéreos que necesitaba para defenderse contra los bombardeos aéreos de Assad, temiendo que tal armamento en última instancia degradara el Estado que quiere preservar.
Los contendientes regionales de Assad, como Turquía y Arabia Saudita, financiaron diversas fuerzas islamistas dentro de la revolución. Siguiendo un proceso similar de desarrollo, un grupo afiliado a Al Qaeda, el Frente al-Nusra, surgió en Siria junto paralelamente a ISIS, que utiliza sus victorias en Irak para proporcionar fondos y fuerzas para tomar territorios en Siria. ISIS, en particular, volvió sus armas no contra Assad, sino contra los revolucionarios en un esfuerzo para construir su califato.
A PESAR de enfrentar la contrarrevolución de Assad e ISIS, la revolución tomó control sobre crecientes franjas de Siria.
Con el régimen al borde del colapso a finales de 2015, Rusia, Irán y Hezbollah intervinieron para salvar a Assad. Juntos, proporcionan el poder aéreo y las fuerzas de tierra para que el régimen sirio reafirmara su control, así como para que lance ofensivas, bajo la cobertura aérea de Rusia, contra de las zonas controladas por los rebeldes.
Las fuerzas combinadas de la contrarrevolución han asolado al país. El régimen de Assad, no ISIS, ha matado a la gran mayoría de las 470.000 personas que han perdido sus vidas desde 2011. El régimen tiene la mayor parte de responsabilidad de conducir la mitad de la población, de 22 millones, fuera de sus hogares. Siete millones de personas están ahora internamente desplazadas, 4 millones huyeron a otros países de la región, y más de 1 millón han llegado a Europa.
Aventajado por Rusia y por temor a que la ola de refugiados provoque una crisis política en la Unión Europea, Estados Unidos negoció el reciente cese del fuego. Habiendo abandonado su demanda por la demisión de Assad, EE.UU. organizó una nueva ronda de conversaciones de paz que comenzó el 10 de marzo en Ginebra.
Pero el pueblo sirio tiene otros planes: continuar la revolución. La impresionante capacidad de recuperación de los revolucionarios de Siria, en medio de condiciones muy difíciles, es una impugnación a todos aquellos que declararon la revolución siria como "yihadista" y/o "pro-estadounidense".
Pero la lucha por delante no será fácil. Las protestas los confrontan a Assad y sus patrocinadores rusos, y además a una quinta columna en la revuelta, el Frente al-Nusra de al-Qaeda e ISIS. En Idlib, en su protesta del 4 de marzo, los revolucionarios fueron confrontados por al-Nusra, que tomó el control de la ciudad en marzo de 2015.
"Los combatientes de al-Nusra amenazaron a los manifestantes con sus armas, diciéndoles: 'Si no abandonan las calles, vamos a comenzar a disparar'", explicó el activista Ibrahim al-Idlibi. Los yihadistas procedieron a detener a diez revolucionarios por varias horas, lo que provocó una condena generalizada en los medios sociales. Sin inmutarse, Idlibi declaró que mientras la ciudad seguía tensa, los activistas estaban planeando organizar más protestas "contra cualquiera que oprima al pueblo sirio".
Con Rusia apoyando la contrarrevolución de Assad, EE.UU. tratando de cooptar a los revolucionarios en una versión superficialmente reconfigurada del antiguo régimen, y Europa cerrando sus puertas a la ola de refugiados, el resurgimiento de la protesta popular ofrece la mejor esperanza para una solución en Siria.
Los sirios tendrán que encontrar una manera de volver a forjar la solidaridad entre las divisiones étnicas y religiosas y unirse en una lucha común. A nivel internacional, la izquierda debe estar en solidaridad con sus esfuerzos y también exigir que sus países abran las fronteras a las desesperadas víctimas de la contrarrevolución de Assad.
Traducido por Orlando Sepúlveda