A cada cual según necesite
Pablo D'Amato, autor de "El Significado del Marxismo", explica por qué los socialistas creemos que una sociedad socialista es posible y necesaria.
La alternativa es el Socialismo, una sociedad basada en la propiedad y control de los trabajadores del mundo sobre el fruto de su trabajo y de las herramientas necesarias para su producción.
-- Fragmento de "Nuestra Posición" de la ISO
USTED HA visto los eslóganes en algunas protestas: "Gente por sobre ganancias" y "necesidad humana, no avaricia corporativa". Ellos reflejan la realización básica entre mucha gente de que hay algo fundamentalmente erróneo con las prioridades del capitalismo.
Tomemos, por ejemplo, el cuidado de la salud. Más de 47 millones de personas en Estados Unidos no tienen seguro de salud, porque simplemente no pueden permitírselo. En consecuencia, no son considerados parte del mercado por la altamente rentable industria de la salud.
Así mismo, los 37 millones de personas que pasan hambre cada año en el país más rico del mundo no son parte del mercado de alimentos. No hay provecho en alimentar al hambriento. No se trata simplemente de que el capitalismo enfatice la rentabilidad por sobre la satisfacción de las necesidades humanas, sino que el capitalismo no pone, en absoluto, énfasis alguno en satisfacer las necesidades humanas. Simplemente, esto no entra en las consideraciones de los capitalistas al momento de decidir qué producir y distribuir.
Ciertamente, los capitalistas saben que deben hacer algo útil, es decir, algo que alguien más desee, con el fin de venderlo por un margen. Pero el objetivo de la operación es la ganancia.
Cuando la agro-industria se preocupa por un "exceso de granos", no es que todo el mundo tenga suficiente que comer. De hecho, millones pasan hambre cada año, incluso durante los "excesos" de comida. Para ellos es un "exceso" no porque la oferta tenga algo que ver con satisfacer la necesidad humana, sino con que si puede ser vendida en forma rentable, o no. Los 800 millones de personas hambrientas en el planeta son un factor irrelevante para la industria alimentaria.
AHORA, IMAGINE una sociedad donde los medios de producción son mantenidos en común, en libre asociación, y donde el trabajo es distribuido y asignado de acuerdo a un plan social. En vez de producir bienes para ser vendidos de forma rentable, son producidos por ser socialmente necesarios, y su producción y distribución se lleva a cabo a un plan democráticamente elaborado.
Imagine una sociedad en que una "sobreproducción" no significa producir demasiado de algo en términos de poder venderlo en el mercado por un margen --desencadenando de paso una crisis económica, el desempleo y las quiebras--sino que significa una oportunidad para reducir las horas que la sociedad gasta en satisfacer una determinada necesidad humana.
Imagine una sociedad en la que cada uno toma lo que necesite, ponga lo que puede, y donde nadie esté conforme hasta que todos tengan suficiente comida, vivienda, ropa, transporte, atención médica, etc.--incluyendo aquellos que por su edad o enfermedad ya no puede contribuir productivamente o cuidar de sí mismos.
Tal sociedad aún produciría un excedente, pero en lugar de que ser apropiado por una pequeña minoría, ese excedente sería utilizado para mejorar el bienestar de toda la sociedad. En lugar de confiar en las fuerzas ciegas del mercado, que imponen a cada capitalista el afán de lucro como una ley externa de compulsión, tendríamos una sociedad donde las decisiones acerca de qué producir y distribuir son bien pensadas y consciente acordadas.
Una sociedad así no tendría necesidad alguna de un órgano especial --un estado-- para coaccionar a la población en nombre de una minoritaria clase explotadora. Una sociedad así no tendría necesidad alguna de dividir a la población en contra de sí misma, --enfrentando hombres contra mujeres, blancos contra negros, y así sucesivamente-- con el fin de mantener la maquinaria de la explotación corriendo.
Esa sociedad es el socialismo.
LAS IDEAS socialistas y comunistas han sido soñadas durante siglos. En el siglo 15, por ejemplo, los taboritas, una secta religiosa en Bohemia, predicó un comunismo de consumo compartido.
"En estos días", señala una descripción de sus enseñanzas, "no habrá ningún rey, príncipe o sujeto en la tierra, y todos los impuestos y tasas cesarán; nadie puede obligar a otro a hacer nada, porque todo serán iguales, hermanos y hermanas... Al igual que en el pueblo de Tabor no hay mío o tuyo, sino que todo es mantenido en común".
Un panfleto escrito en 1649 por Abiezer Coppe, miembro de los Ranters, un grupo radical en el periodo de la Revolución Inglesa, lee: "El hacha yace a la raíz del árbol... lo talaré. Y como vivo, plagaré su Honor, Pompa, Grandeza, Abundancia, y confundirlo en la paridad, igualdad [y] comunidad".
Más tarde, cuando el capitalismo industrial comenzó a desarrollarse, surgieron los socialistas haciendo críticas de los males de este nuevo sistema, pero no pudieron ofrecer un puente entre esta sociedad a otra basada en su visión. Ellos podían criticar el capitalismo por ser malo, pero como alternativa sólo ofrecían bosquejos de un mundo mejor.
El movimiento socialista moderno, cuyos primeros teóricos fueron Carlos Marx y Federico Engels, se ve a sí mismo como parte de esta tradición, pero con una diferencia importante. Para ellos, "el socialismo ya no era un descubrimiento accidental de este o aquel cerebro, sino el resultado necesario de la lucha entre dos clases históricamente desarrolladas--el proletariado [la clase obrera] y la burguesía [los capitalistas]".
El derrocamiento del capitalismo, con sus "contrastes de necesidad y lujo, hambre y saciedad", no puede ser garantizado nada más por la "conocimiento de que este modo de distribución es injusto, y que la justicia finalmente triunfará", escribió Engels en su libro el Anti-Dühring.
El socialismo es posible, como nunca antes lo fue, porque además del saber que la igualdad y la libertad son justas, el capitalismo ha creado las condiciones materiales, i.e., la abundancia, y las fuerzas sociales necesarias para efectuar el cambio en esa dirección.
El nuevo grito por la abolición de los antagonismos de clase tiene tras de sí el desarrollo, por el capitalismo mismo, de una incalculable riqueza; su tendencia a empujar el aumento de la productividad humana, que conduce a una mayor socialización de la producción; y, por último, la creación de una clase de trabajadores asalariados que tiene el poder concentrado para desafiar la opresión de clase.
Engels resume así el por qué las ideas socialistas comenzaron a afianzarse con mayor fuerza en el período del surgimiento del capitalismo moderno:
La razón es que, por una parte, la gran industria moderna ha creado un proletariado, una clase que, por vez primera en la historia, puede formular la demanda de suprimir no tal o cual organización de clase o tal o cual privilegio de clase, sino las clases mismas, y que se haya en una situación en la que debe que imponer esta demanda o hundirse al nivel del culi chino.
Y por la otra, esta misma gran industria ha creado la burguesía, una clase que ha monopolizado los instrumentos de producción y los medios de subsistencia, pero que en cada ciclo de auge especulativo y colapso económico prueba ser incapaz de controlar las fuerzas productivas, fuera ya del alcance de su propio poder; una clase bajo cuya dirección la sociedad corre hacia la ruina, como una locomotora cuyo maquinista es demasiado débil para abrir la atorada válvula de escape.
En otras palabras: ambos, las fuerzas producidas y el sistema de distribución de bienes creados por el moderno modo de producción capitalista, han entrado en gimiente contradicción con aquel modo de producción mismo. Y de hecho hasta tal punto en que, si la sociedad moderna entera ha de no perecer, una revolución en el modo de producción y distribución debe tomar lugar, una revolución que elimine toda diferencia de clase.
En este hecho, material y tangible, que se impone con irresistible necesidad y en forma más o menos clara en la mente de los proletarios explotados --sobre esto, y no en las ideas de justicia e injusticia esgrimidas por cómodos filósofos--descansa la certeza de la victoria del socialismo
Traducido por Orlando Sepúlveda. Este artículo apareció por primera vez en la edición del 26 de octubre de 2007 de Socialist Worker.