La violencia del imperio

October 12, 2015

Luego de la nueva masacre pistolera, Nicole Colson pregunta, ¿por qué el "mayor proveedor de violencia" en el mundo espera estar libre de violencia en su propio suelo?

DOS DELITOS terriblemente violentos ocurren a dos días y a medio mundo apartes. Uno toma la vida de nueve personas, el otro 23. Ambas atrocidades dejan sobrevivientes traumatizados, familias devastadas, y comunidades horrorizadas.

Pero las respuestas a cada uno de ellos, de quienes sientan en las alturas de la sociedad estadounidense, no pudieron haber sido más diferente. Uno de ellos fue denunciado como un síntoma de una cultura dominada por las armas y el acto de un individuo enfermo. El otro fue etiquetado un trágico error, y una lamentable consecuencia de la guerra.

Ninguna de estas explicaciones es adecuada en sí misma, pero juntas revelan cómo estos dos actos de violencia compartes sus raíces, incluso si su propósito sea oscurecerlo.

Uno es la masacre perpetrada por el pistolero Christopher Harper-Mercer en el Colegio Comunitarios de Umpqua en Roseburg, Oregón, el 1° de octubre, y el otro es el bombardeo de un hospital de Médicos sin Fronteras en Kunduz, Afganistán, el 3 de octubre. A primera vista parecieran tener nada en común, pero los conecta un país fundado en, y hasta hoy alimentado por, la violencia.

Doctors care for the victim in the bombed U.S. hospital in Kunduz

El "líder del mundo libre", Barack Obama, lamentó las muertes en Oregón y exigió más control de armas para prevenir futuros incidentes, pero acerca de la masacre en Afganistán no dijo nada, excepto lamentar un "trágico incidente". El contrastante de estas respuestas deja en claro que la causa fundamental de ambas atrocidades quedará sin ser abordada.


EL TIROTEO en Oregón, cometido por Christopher Harper-Mercer, 26, es a la vez horrible y entrañablemente familiar; uno más en la deprimentemente, larga lista de masacres de este tipo que han tenido lugar en EEUU en los últimos años.

Al tiempo de estas palabras, las autoridades aún no habían dado muchos detalles sobre los motivos de Harper-Mercer. Según informes, antes de apretar el gatillo, le preguntó a algunas de sus víctimas si eran cristianos, lo que conduce a pensar que su motivo fue odio a la religión.

Lo que sí sabemos es que Harper-Mercer pareció deleitarse con la brutalidad que infligió a los que aterrorizó, ordenando a algunas de sus víctimas a arrastrarse por el suelo, y a uno rogar por su vida antes de, igualmente, apretar el gatillo.

El deseo de identificar el motivo de su crimen ha dado lugar a mucha especulación sobre su breve permanencia en el ejército (del que fue dado de alta antes de terminar la formación básica), su preferencia por el uso de camuflaje, su fascinación con el Ejército Republicano Irlandés, su queja de no tener una novia, y la posible política derechista de su madre.

Harper-Mercer, al igual que otros asesinos masivos, si tenía un bien documentado gusto por las armas. Tenía al menos 14, todas legalmente adquiridas por él o por miembros de su familia. Después del ataque, las autoridades aprendieron que él había traído al campus al menos seis pistolas, cinco cargadores extras y un chaleco antibalas equipado con placas de acero.

Más allá de esto, la inclemente especulación de los medios sólo añadió a la desinformación, por ejemplo, tratando de adivinar si Harper-Mercer tenía un cuadro sintomático de Asperger.

Los expertos señalan que hay cero evidencias que sugiera que Asperger, una forma de autismo, haga a una persona más propensa a cometer un crimen violento. De hecho, los expertos de la salud mental tuvieron que reiterar una vez más que aquellos que sufren de enfermedades mentales (y no es claro que Harper-Mercer haya) son mucho más propensos a ser víctimas de actos violentos que a cometerlos. Como un informe de Research News de la Universidad Vanderbilt destacó, "Menos del 5 por ciento de las 120.000 muertes por armas de fuego en Estados Unidos, entre 2001 y 2010, fueron perpetradas por personas diagnosticadas con una enfermedad mental".

Mientras tanto, hubo poca o ninguna discusión en los medios de comunicación acerca de cómo podría su propia celebración de la guerra y conquista, en nombre del patriotismo y la seguridad nacional, haber contribuido al estado mental de cualquiera capaz de cometer este atroz crimen.


HARPER-MERCER se une a una creciente lista de personas que han llevado a cabo tiroteos masivos, un fenómeno que, aunque no exclusivo de EE UU, es mucho más común aquí en que en ningún otro país. En la cuenta del sitio web Mass Shooting Tracker, el tiroteo en Oregón fue el tiroteo masivo número 294, definido como cuatro o más personas balaceadas, después de sólo nueve meses. También fue el tiroteo número 45 en un campus universitario o escuela.

Un análisis realizado por la Escuela de Salud Pública de Harvard muestra que los tiroteos masivos son cada vez más comunes en EE UU. De 1982 a 2011, según los investigadores, un tiroteo masivo, definido como un tiroteo en un lugar público donde cuatro o más personas son asesinadas, con la exclusión de asesinatos intrafamiliares, de pandillas y de violencia del narcotráfico, ocurre, en promedio, cada 200 días. Desde finales de 2011, los tiroteos masivos definidos en estos términos se han producido al triple de esta tasa; cada 64 días.

A pesar de lo que la Asociación Nacional del Rifle pueda quejarse, es evidente que un relativamente fácil acceso a las armas de fuego es un factor en estos homicidios. Aunque la población de Estados Unidos representa alrededor del 4,4 por ciento de la población mundial, tiene el 42 por ciento de la propiedad civil de armas de fuego en todo el mundo. Un nuevo informe citado por el Washington Post señala que en 2013 las armas sobrepasaban a los habitantes de EE UU en 40 millones, eso es, 357 millones de armas de fuego para una población de 316,5 millones.

Es justo preguntar por qué alguien siente la necesidad de poseer 14 armas y una gran cantidad de municiones, y justo encontrar aterrador la facilidad que hay para almacenar armas y balas. Esto yace detrás de los nuevos llamados por un mayor control de armas para prevenir este tipo de tragedias.

Pero las armas de fuego por sí mismas no explican lo que impulsa la violencia a esta escala en el primer lugar. Por esto, apelar a un mayor control de armas es insuficiente como respuesta al horror que tuvo lugar en Roseburg.


PEOR AÚN, las apasionadas súplicas por un mayor control de armas que provienen de aquellos como Barack Obama oscurecen otras raíces de la violencia de la sociedad estadounidense; más obviamente, la infinitamente más violenta y destructiva máquina de muerte sobre la que Obama preside como comandante en jefe de las fuerzas armadas estadounidenses.

En un comunicado tras la masacre en Roseburg, Obama dijo que la tragedia:

significa que hay más familias estadounidenses, madres, padres, niños, cuyas vidas han cambiado para siempre. Eso significa que hay otra comunidad traumatizada por el dolor... En los próximos días, vamos a aprender acerca de las víctimas, hombres y mujeres jóvenes que estudiaban y aprendían y trabajaban duro, con sus ojos puestos en el futuro, y sus sueños en lo que podría hacer de sus vidas.

Sin embargo, Obama gastó mucho menos tiempo hablando de las familias cuyas vidas cambiaron para siempre tras el bombardeo estadounidense de un hospital de Kunduz, Afganistán, ni siquiera un día después de que lamentara públicamente las víctimas en Oregón.

Considere la aterradora descripción del ataque, en el que murieron al menos 23 personas, entre ellas 13 miembros del personal médico y 10 pacientes, tres de ellos niños, y que dejó heridos al menos 37 otras personas. Según la enfermera de Médicos sin Fronteras, Lajos Zoltan Jecs, en un recuento publicado por el Independent, después de que el ataque terminó:

Fuimos en busca de sobrevivientes. Algunos ya habían llegado a una de las habitaciones seguras. Uno a uno, la gente comenzó a aparecer, heridos, entre ellos algunos de nuestros colegas.

Tratamos de echar un vistazo a uno de los edificios en llamas. No puedo describir lo que había dentro. No hay palabras para [describir] lo terrible que era. En la Unidad de Cuidados Intensivos seis pacientes estaban ardiendo en sus camas...

Fue una locura. Tuvimos que organizar un plan de víctimas en masa en la oficina, viendo quién de los médicos aún estaba vivo y disponible para ayudar. Hicimos una cirugía urgente en uno de nuestros médicos. Lamentablemente murió allí en la mesa de la oficina. Hicimos lo que pudimos, pero no fue suficiente.

Toda la situación era muy dura. Vimos nuestros colegas morir. Nuestro farmacéutico... Yo estaba hablando con él ayer por la noche y planificando, y murió allí en nuestra oficina.

El comandante en jefe, Obama, no tuvo palabras emotivas para estas víctimas. Obama no habló largo y tendido sobre una "comunidad traumatizada por el dolor". ¿No tenían los muertos en Kunduz también "sus ojos puestos en el futuro, y sus sueños sobre lo que podrían hacer de sus vidas"?

Lo mejor que Obama pudo ofrecer fue una declaración estándar de condolencias por lo que él llamó un "trágico incidente", al tiempo que instó a la gente a "esperar los resultados" de una investigación del Departamento de Defensa "antes de hacer un juicio definitivo sobre las circunstancias de esta tragedia".


AL ARGUMENTAR por mayores restricciones al acceso a las armas, Obama pidió a su audiencia contar el número de estadounidenses muertos en ataques terroristas en la última década y compararlo con el número de estadounidenses muertos a causa de tiroteos masivos. Al hacerlo, CNN encontró que el número de ciudadanos estadounidenses muertos en el extranjero como consecuencia de incidentes de terrorismo entre 2001 y 2013 fue de 350. Incluyendo a los fallecidos en actos de terrorismo al interior de EE UU hace un total de 3.380, con el ataque a las Torres Gemelas haciendo cuenta de más de tres mil de ellas.

En comparación, de 2001 a 2013, un total de 406.496 personas murieron a causa de armas de fuego en el territorio de EE UU, incluyendo homicidios, accidentes y suicidios.

La disparidad es importante, dada la continua retórica acerca de la amenaza del terrorismo y de la guerra sin fin en su contra, llevada a cabo ahora por Obama como el mismo vigor que su predecesor.

Pero hay otro número importante que Obama dejó fuera de la conversación a propósito; el número de muertes de civiles como consecuencia de la "guerra contra el terror", lidiada por Estados Unidos, en todo el mundo.

Un informe de marzo, producido por Médicos por la Responsabilidad Social, Médicos por la Supervivencia Global y la Asociación Internacional de Médicos por la Prevención de la Guerra Nuclear, encontró que al menos 1.3 millones, y probablemente 2 millones, de vidas se han perdido en Irak, Afganistán y Pakistán desde el inicio de la guerra después de septiembre 11 de 2001. Y el informe no considera las cifras de víctimas de otros países diezmados por la "guerra contra el terror", como Yemen, Somalia, Libia y Siria.

En otras palabras, la violencia infligida a nivel mundial como consecuencia de la "guerra contra el terror" de Estados Unidos supera con creces a la del conjunto de pistoleros desquiciados.

Sin embargo, no hay indicio alguno en los medios de comunicación o en la retórica de los políticos considerando la responsabilidad de un gobierno que inflige tal carnicería en todo el mundo por una sociedad donde la violencia es una rutina. No hay especulaciones acerca de cómo la epidémica y oficialmente sancionada violencia policial pueda dar un ejemplo igualmente espantoso.

En cambio, los políticos y los medios de comunicación buscan respuestas en el comportamiento de individuos o en las laxas leyes de armas, sin preguntar qué tipo de mensaje sobre el valor de la vida humana confiere que los militares de EE UU puedan arrojar bombas y masacrar miles de personas al otro lado del globo.

Este tipo de violencia no puede ser compartimentada; y la hipocresía de aquellos en el poder no puede ser ignorada.

El líder del gobierno más poderoso del mundo, un gobierno que justifica los ataques con aviones no tripulados y sanciona el asesinato, incluso de sus propios ciudadanos, no puede ser tomado en serio cuando hace un llamado para poner fin a la violencia, sin antes reconocer la escala masiva de la violencia de la que es responsable en todo el mundo cada día.

Barack Obama tuvo el poder de evitar las muertes y la carnicería en el hospital de Kunduz. En cambio, ahora tiene la dudosa distinción, y la terrible ironía, de ser el primer Premio Nobel de la Paz que bombardea a otro Premio Nobel de la Paz: Médicos Sin Fronteras (MSF).

Como una declaración de MSF señaló, el gobierno de Estados Unidos UU podrá tratar de manipular la retórica acerca de cómo pudo el hospital ser atacado, pero aún debe responder por del crimen de guerra que significa atacar un hospital civil:

Hoy, el gobierno de Estados Unidos ha admitido que fue su ataque aéreo el que golpeó a nuestro hospital en Kunduz y mató a 22 pacientes y personal de MSF. Su descripción del ataque sigue cambiando; de daño colateral, a un trágico incidente, ahora a intentar pasar la responsabilidad al gobierno de Afganistán. La realidad es que EE UU arrojó esas bombas. EE UU atacó un enorme hospital lleno de pacientes heridos y el personal de MSF. El ejército de Estados Unidos es responsable de los objetivos que ataca, a pesar de ser parte de una coalición. No puede haber justificación alguna por este horrible ataque.

El doble estándar no es más tolerable hoy que en 1999, cuando el entonces presidente Bill Clinton invocó una retórica altruista acerca de una "cultura de valores en lugar de una cultura de la violencia" tras el tiroteo de la escuela secundaria Columbine, mientras dejaba caer bombas sobre la ex Yugoslavia.

¿Cómo podemos sorprendernos de que la calculada brutalidad desatada por EE UU cada día en todo el mundo sea replicada en una escala más pequeña en su propio suelo?

Traducido por Orlando Sepúlveda

Further Reading

From the archives